miércoles, 28 de octubre de 2009

Por tierras del Cid

Ya quiebran los albores e vinie la mañana;
salía el sol, ¡Dios, que fermoso apuntava!
En Sigüenza, todos se levantavan;
abren las puertas, de fuera salto davan
por ver los corredores e todas sus andanzas.


Aquí estoy, una mañana más, una carrera más. El año pasado me quedé con las ganas de correr esta prueba, así que al ver la convocatoria de la 2ª edición de la Ruta del Románico Rural/Media Maratón de Sigüenza, no pude resistirme. Son poco más de las nueve de la mañana del domingo 25 cuando entro en la ciudad seguntina. Siguiendo a un coche de Protección Civil llego a la zona de salida, donde los voluntarios se afanan diligentemente en prepararlo todo. Nada de arcos inflables ni zarandajas de esas: una pancarta pintada a mano, sujeta con cuerdas, marca la salida y la meta de la carrera, dándole un toque romántico y humilde a esta prueba. Recojo mi dorsal, el 159, y como me sobra mucho tiempo me doy un paseo por la ciudad. Me cruzo con unos pocos madrugadores por las calles, hasta que mis pasos me llevan a un bar (tengo cierta querencia), donde me tomo un café. Mi mirada no puede evitar fijarse en unos apetitosos churros, pero estoy un poco delicado del estómago, así que con todo el dolor de mi corazón me hago el fuerte y me conformo con el café. Al salir, veo que la imponente catedral ya está abierta, de modo que más por curiosidad que por devoción, entro dentro del templo. Desierta. He visitado, si no todas, sí un buen número de catedrales españolas, pero esta es la primera vez que me encuentro solo dentro de una de estas inmensidades pétreas. Mis pasos retumban por las naves, apenas iluminadas por una más que escasa iluminación artificial, y por un sol aún tímido que busca abrirse paso por los altos ventanales de la catedral, dando una apariencia irreal, casi sobrecogedora, al solitario templo. Supongo que los constructores que lo levantaron hace siglos buscaban justo este efecto de empequeñecimiento del simple mortal frente a la grandiosidad de la Iglesia. Yo, que ya sé que soy pequeño, me conformo con levantar mi mirada a las nervaduras de las altas bóvedas, curiosear capillas (entre otras la del afamado Doncel), y poner un par de velitas a una Virgen, costumbre que mi Santa y yo tenemos ya por tradición en toda Catedral que visitamos, y que esta vez, aunque solo, no pude dejar de cumplir. Salgo al aire libre y veo que mis meditaciones metafísicas han consumido buena parte de mi excedente temporal, así que retorno a la zona de salida, en las afueras de la ciudad. Me visto definitivamente de romano, con la camiseta del foro, y me pongo a calentar. En esto estoy cuando me encuentro con dos foreros, landes y culebra17; tienen una pinta de atletas acojonante (sobre todo landes, que esta hecho un toro), así que charlo un poco con ellos y declaro mis paquetiles intenciones de procurar buscar un ritmillo de 5 el kilómetro, sobre 1:45 al final. Por el megáfono nos dicen que nos vayamos colocando para la salida, somos poco más de 100 corredores, así que me coloco en cuarta o quinta fila (que aquí es tanto como decir de la mitad para atrás, vamos, mi sitio). Un bocinazo de la sirena de la ambulancia marca el inicio de la carrera. ¡A correr!




"... allá van las mesnadas, en franca y alegre jornada..."

Mi idea es salir despacio y luego… me viene a la cabeza José “el Corredor del Cañamares”, con el que compartí la media de Jadraque y una hermosa travesía por los montes escurialenses, que no dudaría en completar la frase con “aflojar, Jorge, aflojar”. Ya veremos, me digo yo, según me vaya encontrando, y según se dé la carrera (que siempre acaba por ponernos a cada uno en nuestro sitio), iré ajustando el ritmo. Los primeros kilómetros, para que nos vayamos calentando, son cuesta arriba, pero sin ser una pendiente exagerada. Me los tomo filosóficamente, coronando el primer puerto de la jornada y pasando el kilómetro 3 en 16 minutos, vamos, a 5:20 / km. Ahora viene un tramo de bajada, aquí me voy reteniendo porque la carrera es larga y quiero reservar para lo que venga, voy tomando referencias cada vez que veo los puntos kilométricos (unos artesanales y entrañables cartelitos de madera, con el número pintado, clavados a la vera del camino), y veo que estoy bajando cómodamente a 4:55-5:00. Corremos por una senda de tierra, rodeados de cerros y alcores que ya van vistiendo los colores del otoño, y bajo la distraída mirada de un rebaño de ovejas (merinas ellas), muy afanadas en desayunarse media pradera. Unos cientos de metros delante de mí, veo a un corredor empujando un carrito (luego me enteraría de que se trataba de otro forista, sideuvol), y me viene a la cabeza Cabesc, que a estas horas estará batiéndose el cobre en Beni... en la Maratón de Ciudad Real. Espero que le vaya bien.


Salimos de la terrosa senda, y corremos un rato por una carretera. Veo continuas marcas que indican la "Ruta del Cid", parece ser que el Campeador, acompañado de sus leales, anduvo guerreando por estos campos cuando fue desterrado. Fácil es imaginarle a lomos de Babieca, con Alvar Fáñez a su diestra, y la espada bien ceñida a su cintura, pronta a ser blandida contra la morisma, cabalgando por estas tierras. Emulando a mi manera el trote de los guerreros corceles, sigo a mi cansino ritmo, girando a la derecha hacia la primera pedanía seguntina que vamos a atravesar, Ures. Son apenas 4 casitas, y según el último censo, apenas nueve habitantes los que las pueblan; por eso me emociona ver sobre nuestras cabezas una pancarta, hecha a mano con una sabana, algo de pintura y mucho cariño, que reza "Bienvenidos a Ures. ¡Animo campeones!". Y es que esta carrera no tiene un megapatrocinador, y posiblemente no me den una camiseta ultra-fashion “Niketekagas” o “Adidostraspedrín”, ni un par de números atrasados del Runner’s World. Aquí sólo dan ilusión, esfuerzo, ganas de hacer las cosas bien, y me tratan como a un atleta (si ellos supieran...), no como a un número de cuenta. Vamos, lo que se dice una carrera de pueblo. Ay, cuanto les queda por aprender de la capital…




Sumido en estas reflexiones tras atravesar Ures, el recorrido nos reserva una sorpresita: hay que abandonar la carreterita y girar a la derecha para tomar un camino rural de tierra, con unos cuestones del quince. Aunque voy a medio gas, las piernas protestan airadamente, pero no las hago caso y continuo mi trote diesel cuesta arriba, hasta coronar el segundo puerto en la pedanía de Pozancos, donde un nutrido y animoso público nos acoge entusiasta, empujándonos con sus gritos de aliento y aplausos. Nada más empezar el descenso al pasar Pozancos, veo el kilómetro 10. Unos 52 minutos. Bueno, un poco por encima de lo esperado, pero me siento bien, y corriendo por un hermoso entorno. Un poco por la hermosura, otro poco por la cuesta abajo, el caso es que me voy animando, y acelero el ritmo poco a poco, casi sin darme cuenta, cazando algunos grupos de corredores. Sobre el 13, veo que me voy acercando a sideuvol empujando su carrito. Son mis mejores momentos en la carrera, me encuentro bien, fuerte, cuando llegamos a la tercera dificultad montañosa del día, la subida a la última pedanía que vamos a atravesar, Palazuelos. La entrada es espectacular, atravesando un arco que se abre en la imponente muralla, aquí cojo a sideuvol, que al ver mi camiseta (gran idea, esto de las camisetas) se identifica, charlamos brevemente, pero ahora llevo mejor ritmo, así que le dejo atrás. Dejamos atrás Palazuelos, toca volver a Sigüenza. Tras un breve tramo, toca subir el último puerto de la jornada, más de dos kilómetros cuesta arriba, que a estas alturas, con 16 en las piernas, se me antojan una pared. Además este loco Sol de octubre, que ha estado todo el día jugueteando con las nubes velando su rostro, ahora se deja caer con fuerza, y pronto noto que me estoy cociendo en mi propio jugo. Algunos tramos de subida se me hacen durísimos, mi trote es tan lento que me da la impresión de que iría más deprisa andando, pero el caso es que adelanto a algún corredor, así que no debo ir tan mal como parece. Oigo tras de mí la alegre charla del chaval de Sideuvol, que se lo está pasando tan ricamente en su carrito. Es lo único que se oye, junto con los jadeos y pisadas de los corredores, que apenas perturban la paz de los campos castellanos que nos envuelve. Corono la última cima, ya bastante perjudicado, así que decido encarar los últimos kilómetros con tranquilidad, no voy a batir ninguna marca, y no es plan de romperme algo. Sideuvol me adelanta con su carrito, la bajada me recupera un tanto pero no fuerzo nada, solo voy consumiendo los últimos kilómetros en modo económico. Por fin, Sigüenza a la vista. Últimos metros, me encuentro con landes que ha salido a ver si llego (bonito detalle, gracias ;-) ), trota conmigo algunos metros donde comentamos la dureza del recorrido, y ya estoy en la meta. Ovación cerrada del numeroso público (siempre se agradece), y paro el reloj en 1:47:13, a 5:05/km. Algo por encima de lo esperado, pero bien, he disfrutado de una bonita mañana de carreras, de paisajes de serena belleza, de gentes fantásticas, y me voy para casa con una sonrisa, una camiseta de algodón, y un tarro de miel de la Alcarria. ¿Qué más se puede pedir?




"... en buen hora ceñísteis espada, mío Cid..."

miércoles, 7 de octubre de 2009

Vente conmigo




Vente conmigo a la Pedriza, dejó puesto Jesús en el foro, mitad invitación, mitad desafío. Pues venga, porque no. Desde que el año pasado una cualificada representación de la paquetería rindió al primer asalto y tras largo y duro combate las cimas y Torres de La Pedriza, tenía yo el gusanillo de probarme en tan exigente plaza. No obstante, mis menguados entrenamientos veraniegos, mi poca mesura al comer y beber durante la larga canícula, y el más elemental sentido común aconsejaban dejarlo para mejor ocasión. Pero, ay de mí, el sentido común no ha sido nunca mi fuerte, así tras alguna vacilación me inscribí en lo que habría de ser mi bautismo de fuego en la montaña (porque, como luego comprobé, mi participación en la media solidaria de Somosierra del año pasado, y que yo catalogaba como carrera de montaña, no fue más que un paseo por el campo). Este es el relato de lo vivido, sufrido y soñado entre las peñas de la Pedriza.


Vente conmigo, parece susurrar el sinuoso cuerpo dormido de mi esposa cuando, después de dormir inusualmente bien para ser la víspera de una carrera, suena el despertador. Aún es noche cerrada, y me levanto de la cama con la ilusión de saber que hoy va a ser "uno de esos días". Realizo mis rituales acostumbrados y salgo de casa, no sin antes recoger de mi mujer un beso soñoliento y el acostumbrado “ten cuidado”, dos cosas sin las que no puedo irme a una carrera… ni a ningún sitio. El alba va ganándole la batalla a las sombras durante el viaje, y cuando aparco en Canto Cochino, el sol de la mañana ya ilumina las pétreas alturas de la Pedriza. El paisaje es espectacular, pero al mirar a lo alto un escalofrío me recorre de arriba abajo al pensar en como voy a subir mi corpachón hasta allí. Será el frescor de la mañana. He llegado muy temprano, para variar, así que paseo arriba y abajo, recojo el dorsal, y contemplo a los corredores que van llegando. Son otra especie. Cuerpos enjutos, rostros morenos y afilados, piernas duras como las piedras sobre las que saltaran con caprina agilidad dentro de unas horas. Me siento un poco fuera de lugar, y por primera vez pienso “dónde me he metido”; no será la última. Por eso me alegra ver aparecer a Jesús, alguien más “normal”, si se puede calificar así a un superviviente del MAM, y que ya cuenta en las muescas de su revólver con la marca de haber hecho esta prueba el año pasado, con el mismo recorrido que este, pero en sentido inverso. Nos saludamos y me presenta a Marina, hermana de la Correpoco Paloma, a la que al final una inoportuna contractura ha ¿librado? impedido correr hoy. Les acompaño a recoger sus dorsales, y pronto volvemos al aparcamiento, porque en una pizarra delante del bar, unas simples palabras ejercen una extraña fascinación sobre nosotros: “hay churros y porras”. No necesitamos más para adentrarnos en el local.


Vente conmigo. Apetitoso y juguetón nos llama el montón de porras calentitas, así que a pesar de que queda media hora escasa para que den la salida y los corredores de verdad ya están calentando, nosotros optamos por el calentamiento interno que nos proporcionan unos churritos y porras bañados en café con leche. Con el estómago lleno y el espíritu reconfortado, vamos hacia la zona de salida. Nos encontramos a David, mi profe en el curso de correr por montaña, que manifiesta serias dudas sobre nuestra capacidad de completar la prueba. No conoce a los paquetes. Al pasar el control de dorsales, me doy cuenta de que ya no hay vuelta atrás. Esto va en serio, y noto esos nervios especiales en la boca del estómago que preceden a las grandes ocasiones. Pequeña charla técnica sobre lo que nos vamos a encontrar, y ale, pocos minutos después de las 10 de la mañana, ya estamos en camino. Los primeros metros son una fiesta. Risas, bromas, ánimos… y además cuesta abajo, corremos tranquilamente entre los pinos hasta llegar al punto más bajo de la carrera, Los Barracones (1023 m.), cruzando el aprendiz de río que nunca deja de ser el Manzanares. Aquí, pequeño atasco: hay que pararse. Aprovechamos para volver a bromear con que “esto nos corta el ritmo”, pero en seguida nos plantamos frente a la pared del Yelmo, que se alza ante nosotros dura e imponente. Pronto dejan de oírse las alegres voces de los corredores, solo sus jadeos y respiraciones agitadas se entrecruzan con el sonido de las pisadas de decenas de pies, trepando con esfuerzo y decisión. Sudo a chorros, y siento como el corazón late desbocado mientras ganamos altura metro a metro, en una subida que no parece terminar nunca. Por fin llegamos a la pradera del Yelmo (1570 m.), hemos salvado más de 500 metros de desnivel, pero esto no ha hecho más que empezar. Bebemos un poco de agua, saludamos a unos preciosos caballos, y echamos un vistazo al imponente Yelmo, resto de la coraza de algún gigante. Ahora toca bajar hacia el collado de la Dehesilla, saltando entre rocas que a veces precisan de nuestras cuatro extremidades (y a veces de la quinta extremidad, más conocida como el culete). En la bajada Jesús empieza a mostrarnos ese talento innato que tiene en los descensos (fuerza de la gravedad, lo llama él), y casi sin esfuerzo se separa de Marina y de mí, aunque siempre se para a esperarnos. Pronto la bajada termina, y frente a nosotros una inmensidad de roca marca el camino de subida hacia el Collado de la Ventana.

Subida al Yelmo.

Vente conmigo. Si las piedras hablaran esto es lo que dirían, la pétrea y descarnada belleza del paisaje atrae nuestras miradas como las sirenas a los marinos, aprovechamos los momentos en los que un paso difícil nos obliga a detenernos para mirar a nuestro alrededor, respirar este aire de cristal y sentir bajo nuestras manos como las piedras palpitan al ritmo de nuestro corazón. Ahora trepando, ahora agarrándonos a un árbol, luego arrastrándonos bajo una roca, después cogiendo una mano tendida para salvar un obstáculo, y al momento siguiente tendiéndola tú mismo al corredor que te sigue, hermanados todos en nuestra pequeñez frente a la inmensidad de la montaña. El esfuerzo es agónico, se hace eterno, pero al fin llegamos al Collado de la Ventana (1784 m.), primer avituallamiento sólido: higos, pasas, barritas de chocolate, agua, isotónico... y la eterna sonrisa de los voluntarios, siempre dispuestos a ayudar, a rellenarte el vaso, a darte una palabra de ánimo... nunca se les dice GRACIAS lo suficiente. Pero hay que seguir, siempre hacia arriba, siempre adelante, las Torres nos esperan.

Vente conmigo, es el susurro lánguido y sensual de algo imposible en esas alturas, un picardías de leve encaje rojo que dos pícaras y guasonas voluntarias, guardianas de la cueva que da acceso a la subida a las Torres, han colocado frente a ella para que los corredores, por un momento, dejemos a la imaginación subir otros montes y acariciar otras cimas, y pintar una sonrisa en nuestros ya cansados rostros. Pasamos la cueva, se inicia un subibaja por los riscos que acaba por llevarnos, por un paisaje de dolorosa hermosura, al techo de la carrera: Las Torres de La Pedriza (1990 m.) A partir de este momento, se inicia una larguísima bajada, atravesando roquedos, serpenteando por intrincados bosques, pero lejos de ser un descanso, el descenso es un castigo para nuestras machacadas piernas. Nos cruzamos con excursionistas que nos aplauden y animan, algunos con esa sonrisa que se dirige a los niños cuando les ves hacer travesuras. La fuerza de la gravedad hace que Jesús se vaya separando de nosotros, y pronto le perdemos de vista. Ya no volveré a verle hasta la meta. Aguanto el ritmo de Marina, su menudo cuerpo salta con agilidad entre las peñas, aguanto a duras penas con ella hasta Los Llanos (1.420 m.), último avituallamiento de la carrera, a 5 km. (¡todavía!) de la meta.



Jesús abre camino, Marina le escolta y Jorge (detrás del de verde) les sigue.

Vente conmigo. Con un gesto, Marina me indica que se va a poner en marcha y que me vaya con ella, pero le digo que no, tengo mucha sed y quiero beber un poco más, y reposar un par de minutos. Así que se marcha. Como un poco, bebo, y por fin arranco a correr a través del bosque. Sólo. Ni delante ni detrás veo corredores. Que sensación tan maravillosa, estar ahí, solo mis zapatillas entre el bosque y yo. Nada más. Sólo las marcas anudadas en las ramas de los árboles me indican el camino, que sigo sin dificultad. Llevo buen ritmo, el breve descanso y el agua me han sentado bien, y por fin alcanzo algunos corredores. Les sobrepaso, haciendo quizá un alarde de fuerzas excesivo, que pagaré más tarde, pero voy buscando acercarme a Marina y eso me hace forzar un poquito. Pero la bajada termina, y con la misma brusquedad que ha terminado, se inicia la subida al Collado Cabrón (nombre gráfico y descriptivo). A estas alturas, resulta una auténtica pared. A duras penas, sintiendo temblar mis piernas a cada paso, asciendo metro a metro el collado. Veo apenas cien metros delante de mí a Marina, pero podrían ser cien kilómetros. Me es imposible recortar la distancia, y por si fuera poco la sed empieza a atormentarme. Me concentro tan solo en dar el siguiente paso, y luego otro más. A pesar de todo adelanto a algún corredor, aún más maduro que yo. Y por fin, la cima del Cabrón, o la cabrona de la cima (1303 m.). El voluntario que está alli nos canta el kilómetro 18. Mentira piadosa y bienintencionada, pero que me hará calcular mal lo que falta, pienso que es poco más de kilómetro y medio cuando es casi el doble, lo que me llevará a agotar mis menguadísimas fuerzas en la bajada del Collado antes de tiempo, en pos de una meta que no parece llegar nunca. Las piernas apenas me sostienen, doy un par de tropezones que están a punto de dar con mis huesos en el suelo, la sed me enloquece, y no veo más que cintas de colores, una tras otra, en una senda sin fin a través del bosque. Estoy física y sicológicamente machacado. La más mínima subida me hace pararme y echar a andar, no soy capaz de seguir corriendo. A mi derecha, las aguas cantarinas del Manzanares me llaman, pienso hasta en bajar al río y beber, pero me obligo a seguir adelante, solo quiero terminar, terminar de una vez. Oigo tras de mí los pasos de un corredor, me vuelvo y veo que es una chica (dorsal 87, Eufemia Aparicio) que avanza a buen ritmo, cuando me adelanta le digo con lengua de trapo unas palabras de ánimo "vamos chica, que vas muy bien".

Eufemia calentando, mientras "otros" comían churros.

"Vente conmigo" me responde. Y me voy con ella, como un náufrago se agarraría a una tabla en mitad del mar. Me siento a punto de desplomarme, pero obligo a los doloridos pingajos que tengo por piernas a correr tras ella, a duras penas soportando su ritmo. Cruzamos el puente sobre el río, atravesamos el parking, ya estamos sobre la carretera, el arco de meta frente a nosotros, por fin, por fin, se acabó, 3:59, qué más da, ni paro el reloj, apenas alcanzo a estrechar la mano de Eufemia y farfullar un "gracias" que me sale de lo más hondo del corazón, en seguida veo a Jesús (que ha terminado en un estupendo 3:53:58), le saludo pero solo quiero beber, me indica dónde puedo recoger la bolsa, y por fin puedo llevarme agua a mis resecos labios. Gracias a Dios. Pronto veo a Marina (magnífica, 3:54:50), y a mi "profe" David, un tanto incrédulo al verme en la meta, pero orgulloso al mismo tiempo, me felicita sinceramente por lo que he conseguido. Yo no seré consciente de ello hasta un buen rato después, frente a unas bien ganadas cervezas compartidas con Jesús y Marina, y sobre todo cuando, a la hora de irme a casa, suba al coche y eche una última ojeada a esa fortaleza de granito que es La pedriza. Algo de mí se ha quedado entre esas rocas. Algo que tira de mí con fuerza inaudita, y que quizá haga que el año que viene te mire a los ojos, a tí que me lees, y te diga:


Vente conmigo.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Decíamos ayer...


Bueno, mentira podrida, de ayer nada, que ya ha llovido (aunque poco) desde la última vez que deje resbalar entre los dedos unas cuantas palabras en este rincón. El polvo y las telarañas se han enseñoreado de las andanzas del corredor de la fruta, sin que hayan encontrado acomodo eventos tan señalados como la Travesía de las Cumbres Escurialenses, que bien habría merecido una narración si las circunstancias lo hubieran permitido. Pero como me dijeron una vez: “Si tiene remedio, quejarse no sirve de nada. Y si no tiene remedio, quejarse sigue sin servir de nada”. Pues eso, menos quejidos y pongamos remedio al triste abandono del blog, y qué mejor modo que, después de haber quitado un poco el polvo, colgando el primer ladrillo de la temporada: mi participación en la Senda de los Frailes, en Sebúlcor (Segovia).

Sebúlcor. Nombre de resonancias poderosas, organizador de una curiosa carrera por las hoces del Duratón, de la que no hubiera tenido noticia de no ser por uno de los últimos fichajes de la paquetería, Malaika, que nos anunció en el foro la existencia de esta prueba. Desde ese día la tuve en mente, pero por unas cosas y otras fui posponiendo la inscripción, y cuando quise apuntarme ya no quedaban dorsales. Chasco. Pero la chica que me atendió al teléfono me dijo que podía intentar pasarme por la salida, a ver si en el último momento quedaba algún dorsal libre. Así que después de no pocas dudas, finalmente me decido a hacer esto. Preparo los arreos, me despido de la familia (a la que no conseguí engañar para que me acompañara), y me pongo en camino hacia Sebúlcor, esperando que el destino me depare un dorsal de última hora. Ciento cuarenta kilómetros después, aparco a las afueras del pueblo, unos minutos antes de las seis de la tarde. Ya se ve algún que otro romano paseando por el pueblo, bolsa de corredor al brazo. Y no se si es un presagio de buen o kun agüero, pero en cuanto pongo los pies fuera del coche, empiezan a caer gotas de lluvia. Como es poca cosa, paseo tranquilamente bajo la lluvia en dirección a la Plaza Mayor, donde se entregan los dorsales. Pero a mitad de camino, la “poca cosa” se ha transformado en un aguacero de respetables dimensiones, que me obliga a buscar refugio bajo un toldo, donde entablo conversación con una lugareña, muy contenta de ver llover. “Esto es bueno para la carrera”, me dice. Pero yo me veo atrapado bajo el toldo, sin poder ir a negociar/suplicar/pedir por caridad mi anhelado dorsal, so pena de empaparme de pies a cabeza, y maldiciendo mi mala estampa. Así que en cuanto parece que las nubes toman un poco de aliento, me voy corriendo hacia la plaza. Curiosa estampa la que ofrece la plaza vacía, pero con todos los soportales, balcones y toldos llenos de tipos en pantalón corto y camisetas de tirantes, apretujados los unos con los otros para evitar la remojadura. Afortunadamente, la entrega de dorsales es bajo techado, así que pongo mi mejor carita de pena y pregunto si queda algún dorsal. “Alguno quedará al final” me responde el amable voluntario, “¿Estás apuntado en la lista de espera?” ¿Lista de espera? Joer, ni que esto fuera la Seguridad Social. Pues no, claro que no, yo cuando hago las cosas mal no dejo cabos sueltos, así que el voluntario me apunta con el número 11 en la lista de suplicantes, que tendremos que rezar y hacer penitencia (no en vano ésta es la senda de los frailes) hasta 10 minutos antes de la salida para que queden suficientes dorsales sin recoger para nosotros.

Salgo de nuevo a la plaza, ya ha escampado y ahora sí que hay ambientillo de carreras. Los corredores han salido de sus cubiles, guaridas y madrigueras, y sus alegres corrillos, sus animadas charlas y sus nerviosos trotes de calentamiento se adueñan de la plaza. Miro con mal disimulada envidia sus dorsales prendidos en el pecho, mientras espero que pasen los minutos lentamente, sin perder de vista el menguante montón de dorsales que aún esperan ser recogidos por sus dueños. Finalmente, a las seis y veinte, empieza el reparto de las sobras. Y me toca, dorsal 1.182. Pago mis diez euritos, y me dan la bolsa del corredor (camiseta, un jabón de sosa y folletos de propaganda) ¡Pero si quedan 5 minutos para la salida, y tengo el coche a tomar por…! Pues hala, calentamiento “de calidad”. Voy enciscao hasta el coche, dejo la bolsa, me envaselino las tetillas, y vuelta a todo correr hasta la Plaza. Vaya calentón, es la última vez que me apunto a una carrera a última hora. Mientras lo pienso, un prohombre de la localidad, megáfono en mano, nos da la salida a toque de campana. ¡A correr! Salgo en las últimas posiciones, y me tomo con toda la calma del mundo los primeros metros. Aún así, me trastabillo con el pie de otro corredor (al que acompaña una guapa morena) y casi doy con mis dientes sobre el pavimento de Sebúlcor. Me pongo un ritmo tranquilo, después del verano mi forma es así como fondoncilla, y como aunque he visto el perfil de la carrera, desconozco si las previstas cuestas me harán mucho daño, prefiero ir reservando. Además, no hace ni tres hora que me estaba comiendo en casa un cocido madrileño como mandan los cánones, de tres vuelcos (dieta de atleta, ya sabéis), y me noto francamente pesado.

Pronto salimos del pueblo, por un camino de tierra con bastante piedra suelta, incómodo para correr, pero el ir rodeado de pinos y de corredores, luciendo el deseado dorsal en el pecho, es más de lo que podría desear. A un ritmo de 5’15”-5’20” van cayendo los primeros kilómetros, perfectamente marcados con grandes carteles. Sobre el 3, primer avituallamiento acuático. Hace algo de calorcillo, porque la breve tormenta que descargó sobre el pueblo apenas ha refrescado el ambiente, y los últimos coletazos del Sol de Septiembre se dejan caer sobre los atletas (y sobre mí también), así que el agua es bien recibida. Me sobrepasa la chica morena que acompañaba a mi tropiezo de la salida, al que ya ha dejado atrás; hace unos cuantos años me habría fijado en ella por otros motivos, pero ahora observo y aprecio su elegante zancada. Quién me ha visto y quién me ve. Pronto el camino se convierte en un estrecho y pedregoso sendero (agradezco haberme traído las Trabucco) donde ya solo se puede correr en fila india entre los pinos, envueltos en aromas de tomillo y romero. Vamos, igualito que correr la Melonera (u otras). No hay pérdida, el trazado está perfectamente señalizado, y muchos voluntarios (algunos de ellos ataviados con un pintoresco hábito marrón) nos guían y animan. Da gusto. Adelanto a la guapa morena de la zancada elegante y a un par de corredores, bajo una pequeña cuesta, y casi por sorpresa la hoz del Duratón se abre ante mí. Es grandiosa. Hay que correr por un senderillo que sigue el borde de la hoz, y es difícil concentrarse en no tropezar con las piedras, la vista se va irremediablemente a la roca horadada por el agua con paciencia de siglos. Me dan ganas de pararme y disfrutar el paisaje, pero eso quedará para otra ocasión. Pronto, mientras la mirada se regocija en la contemplación del Convento de la Hoz, allá abajo junto al río, llego al kilómetro seis, el ecuador de la prueba, en unos 31 minutos. Voy tranquilito, y salvo por un insistente dolorcillo en el glúteo que me mortifica últimamente, y la pesadez intestinal motivada por los garbanzos, las sensaciones no son malas. Toca girar y subir una cuesta corta pero empinadísima, dando la espalda definitivamente a la Hoz.


Fray Pardi subiendo la cuesta. Amén.

Aunque el terreno a ratos pica para arriba, poco a poco voy subiendo el ritmo, no gran cosa porque no está el horno para bollería fina, pero lo suficiente para ir cobrando piezas (algunas de caza mayor). Pero también yo estoy en algún punto de mira. Oigo detrás de mi una respiración rítmica y jadeante, y unos pasos breves pero seguros que van acortando centímetro a centímetro la distancia conmigo. Por fin me adelanta: es ella de nuevo, su zancada, además de elegante, es efectiva, porque poco a poco pone metros entre su negra coleta y yo. Intento mantener la distancia, y lo consigo, pero eso me lleva a subir el ritmo otro poquito. Diez metros tras ella, a su estela, vamos adelantando algunos corredores, y los kilómetros van cayendo. Ocho, nueve... Delante de nosotros aparece otra chica, y la corredora morena va claramente a cazarla, cosa que consigue sobre el 10. Pero aquí me da una pequeña crisis, quizá he forzado demasiado, quizá no debería haber repetido garbanzos... el caso es que no tengo ganas de sufrir y aflojo un poquito, lo suficiente para no sobrepasar a la segunda chica y ver como la morena guapa (a la que le cantan que es la novena chica) se me va cada vez más lejos. Ya sabía yo que lo nuestro era imposible, una chica elegante y un paquete garbancero no casan bien. Llego al kilómetro 11, solo queda uno, parece que me he recuperado y el olorcillo a meta ya se va notando, y poco a poco voy acelerando, y cuando calculo que quedan menos de 500 metros me digo "venga, a darlo todo". Paso a un par de corredores, paso a la otra chica, y veo como voy acortando la distancia con la elegante, aunque sin posibilidad de cogerla (no en el sentido mejicano del termino). Último recodo, media docena de chiquillos apostados allí extienden sus manos alegremente para chocarlas con los corredores, no les decepciono a costa de ceder algo de ritmo, pero francamente me alimenta más este jugueteo con los críos que un segundo de más o de menos. Los últimos metros son sobre la blanda hierba del campo de fútbol, donde un nutrido público nos aplaude y anima. Entro en meta finalmente en 1:00:07 (esto lo veré después en la clasificación, pues haciendo gala de paquetismo no paré el reloj en meta). Me tomo una raja de sandia y un aquarius feliz y contento, estiro, y consigo localizar y saludar a Malaika, compartiendo con él una breve y agradable charla antes de salir disparado para Rivas, que tenemos que llevar a las niñas a las Fiestas.


En resumen, una muy recomendable carrera, que no hace sino reafirmar mi cada vez mayor gusto por esas pequeñas grandes carreras que salpican los pueblos de nuestra geografía, que demuestran que cuando los medios son escasos, el empeño y el cariño al hacer las cosas son el mejor remedio para vencer cualquier obstáculo. Y en lo personal, ya estoy de vuelta (como atleta y como ladrillero) Temblad... ;-)



viernes, 19 de junio de 2009

Romance de los Montañeros

Que por Junio, es por Junio,
Cuando hace la calor,
Cuando los trigos encañan,
Y están los campos en flor,
Cuando los enamorados,
Van a servir al amor…

Pero vos, alegres paquetes,
Vais a correr una Maratón.
Y de montaña, nada menos;
Pero una montaña de ilusión,
Que estas cumbres se suben
A fuerza de corazón.

Con el primer calor del Sol,
Se parte de Cercedilla,
Cargados de hidratos y agua,
A hora muy tempranilla.
¡Qué alegría en el trote,
Devorando milla tras milla!

La senda se va empinando,
Camino de Navacerrada.
Esto ya no es ninguna broma,
Se ve gente acalorada;
Más los paquetes, ilusión pura,
Mantienen alegre zancada.

Sobre un cielo azúl añil,
La Bola del Mundo aparece,
Aspen encabeza el grupo,
Zerolito sigue en sus trece,
Y Gebre, incansable el maestro,
Sube y sube, y no desfallece.

¡Descanso para las piernas!
Bajar la Loma del Noruego,
Más de quince son los kilómetros,
Esto ya no es ningún juego.
Y llegando a Cotos por vez primera,
El Sol empieza a mandar fuego.

A subir otra vez tocan,
Por Peña Cítores el collado,
Camino del techo del MAM.
Último tramo, con cuidado,
Y se corona el Peñalara:
Medio Maratón han completado.

A bajar a Cotos de nuevo,
Por Dos Hermanas con mucho tino,
Saltando y corriendo con decisión.
Al llegar a la Venta de Marcelino
Un Señor Oscuro les espera
Cerveza en mano, junto al camino.

¡Ay, amigos, difícil decisión es ésta!
Es el momento de la verdad.
Las dudas asaltan, los miedos.
¿Se romperá la Comunidad?
No creo, pues somos paquetes,
Y esta es una noble hermandad.

Allí siguen, los tres montañeros.
Es la hora de los valientes.
De subir a Cabezas por los Tubos,
De ascender imposibles pendientes,
De superar piedra a piedra, sin fin,
De hacer sufrir cuerpos y mentes.

Pero cuando lleguen a Cabezas,
No hay cosa en los Tubos que espante…
Toca seguir la Larga Cuerda,
Que un día tendió aquí un gigante.
La Bola del Mundo superan.
Vamos hobbits, siempre adelante.

Allá en Cercedilla la meta espera.
Y la espera no es en vano.
Antes de que den las cuatro,
ven llegar al primer hermano.
Zancada fácil, sonrisa abierta:
Es Legolaspen, el toledano.

No ha pasado ni media hora,
Y aquí llega el segundo campeón,
vencedor del Guadarrama,
Puro coraje, lágrimas de emoción.
No hay un hombre más feliz:
En persona, Zerolo-Bolsón.

El tiempo vuela, son casi las cinco.
El Sol camina hacia ese risco.
Más,¿quién asoma tras de esa loma?
Por favor, dazme un pellizco,
Que o veo llegar al gran Velayos,
O es que me estoy quedando bizco.

¡Supervivientes por fin!
¡Conseguida está la proeza!
Pero estos son héroes sencillos,
hombres de una sola pieza,
Y no se les caerán los anillos...
Cuando al fin, beban una cerveza.

lunes, 15 de junio de 2009

Ancha es Castilla


Hola. Me llamo Luis. Ya sé que muchos no me conocéis, es normal, solo llevo 15 meses correteando por el mundo. Bueno, corretear no lo hago mucho aún, a no ser que mis papás me lleven en el carrito a toda mecha. Porque a mis papás seguro que si los conocéis, se llaman Iván y Ana, y son los papás que más molan en el mundo, me quieren mucho, me llevan a las carreras, y me van a regalar un hermanito. Esto me hace mucha ilusión, bueno, aunque me da un poquito de mieditis, pero tengo ganas de que Nito esté aquí (como no sé como se va a llamar yo le llamo Nito).

Bueno, como supondréis no se hablar, pero tenía ganas de contar como veo yo desde aquí abajo las carreras, y los corredores, y eso. Y como ayer he conocido un nuevo amigo, Jorge, le he pedido que me deje contarlo aquí. "Me viene fenomenal, porque solo he puesto el título y estoy un poco azúl..." ¿azúl? No, no dijo eso... ¡gandúl! Eso era. Pues ya está, pues os lo voy a contar.

El caso es que el día empieza como otro cualquiera. Abro los ojos, busco el chupete, que rico sabe, aunque me trae recuerdos de algo más rico todavía, pienso en mami y sonrío yo solo. Mis papás ya están vestidos, uh uh, veo a papi vestido de carrera, ¿saldremos hoy a correr al campo? Me encanta cuando me llevan en el carrito a las carreras. Me pongo un poco pesado para que me den de desayunar, y ya estamos en la calle. Es una calle que no conozco, las casitas son pequeñas, las calles también, y huele diferente. Esto debe ser lo que mis papis llaman "pueblo". Pues que bien. Y tenía yo razón, hoy hay carrera, porque empiezo a ver mucha gente vestida de colorines, con pantalones cortos, y con esas zapatillas molonas, yo de mayor quiero unas zapas así. Veo a una chica que empuja un carro como el mío... ¡espera! No es como el mío, ¡ese es doble! ¿Me llevaran papá y mamá en un carro así con Nito? Tiene que molar mazo. Parece que papá ha visto a sus amigos: son como los demás, pantalones cortos, camisetas cortas, zapas molonas y cara de ilusión. Hay dos que ya conocía, Carlos "guebre" y Carlos "darz veider" o algo así. Me gustan, me hacen cucamonas y yo les miro con los ojos muy abiertos. Hay uno nuevo, un tal Jorge, pardillete le llaman ¡que gracia! También va vestido de colores y tiene la cara llena de pelos. Y es grande, desde aquí abajo los mayores me parecen todos grandes, pero este es más todavía. Aún no sé si me gusta o no, esos pelos en la cara me dan un poco de miedo. Se ponen todos a charlar, yo paseo entre los corredores comiéndome una galleta, ya sé andar y quiero que se note. Me gustan los corredores, porque llevan ropa molona y porque antes de correr están todos riendo, charlando, y haciendo unas cosas muy raras y divertidas que ellos llaman calentar. Se ponen a empujar una pared como locos, pero la pared no se mueve. O se agachan como si fueran a hacer popó. También dan saltitos, o se cogen un pie con la mano y se quedan a la pata coja... yo no hago esas cosas, y eso que el niño soy yo. Vaya, mamá me coge en brazos, parece que van a empezar. Y se ve que hoy papi corre solo, no me va a llevar en el carrito, vaya. Mami mira a los corredores con un poquirritín de envidia, ella también corre, pero Nito no la deja, hasta que no salga de su tripita mami es sólo para mí. Mola.

¡Pum! ¡Que susto! Ya están todos corriendo como locos. Estoy con mami mirando a ver si veo a papi, ahí viene. Se para, y nos da besos a mami y a mí, me dice cosas y a mí me gusta. Ya se va. Mami me dice que vamos al coche para ir a ver a papi a otro sitio en la carrera. Vale. Salimos del pueblo, esperad, que me he aprendido el nombre: Narrillos de San Leonardo. Vaya guasa. Al poco nos paramos en la carretera para que pasen los corredores, les veo desde el coche, ahí está papi, hola papi, me saluda con la mano, también van Jorge y los Carlos, todos me saludan y me sonríen. Sí, me gustan estos corredores, son gente maja. Poco serios, porque no van vestidos como la gente seria, pero majos. Seguimos en el coche hasta que mami se para, y me dice que nos bajamos, que vamos a esperar a papi. Mejor, no me gusta estar sentado mucho rato. Cojo mi galleta y vamos al borde de un camino por el que van pasando los corredores. ¡Que bien huele el campo! Estamos cerca de un sitio que se llama Cardeñosa. Pasan los primeros, están muy flaquitos, me dan ganas de darles mi galleta. Puf, aunque está nublado hace bastante calor. Los pobres corredores sudan como pollitos. Siguen pasando, y ¡ahí viene papi! Va con el pardillete, me sonríe y saluda, como suda, los Carlos se han quedado un poquito más atrás, creo que dijeron que iban a salir despacio y luego aflojar, o algo así. Papi se para un rato conmigo, ¡que bien! Me besuquea y me dice cosas, y a mí me gusta. Ya se va con los Carlos, ¡ale! al coche otra vez. Ahora los corredores tienen que bajar a un riachuelo, ya me gustaría a mí meter los pies en el agua, pero a mami no le haría gracia. Tengo ganas de ser mayor para correr y pisar charcos como papá. Voy con mami en el coche hasta otro sitio, miro por la ventana, y veo campos y más campos, de color amarillo salpicados con el verde de las encinas, hasta donde llegan mis ojos, y a lo lejos se ven las casitas de los pueblos, y las torres de sus iglesias. Es bonito, parece un cuento.

¡Nos paramos! Otra vez para abajo. Este pueblo se llama Peñalba de Ávila. Vaya nombres difíciles que me estoy aprendiendo hoy. Vemos pasar corredores, ya no sonríen tanto como antes, alguno lleva mala carita. Pero no se paran, tienen la cabezota dura, los atletas. Ahí viene uno que conozco, es Jorge el pardillete, saluda a mami y a mí, aún tiene fuerzas para sonreír. Creo que ya no me dan tanto miedo los pelos que tiene en la cara. Mami espera ver llegar a papá, y se le alegra la cara cuando le ve, y a él cuando la ve a ella. Yo creo que se han hecho novios, y por eso va a venir Nito. Papi me besuquea otra vez, no se cansa ni yo tampoco. Dice que va a correr un poquito. Se despide y ale, otra vez al coche. Vaya mañanita que llevamos mami y yo, y Nito también pero él como va en la tripa tan chulito... Sobre todo mami venga arriba y abajo solo para ver a papi un segundo. Debe ser por esto que dicen que a los acompañantes habría que hacerles un momento... digo un monumento. ¿Me harán también a mi un monumento? Porque hoy yo también soy acompañante.

Vamos cuesta abajo por la carretera y llegamos al último pueblo, donde acaba la carrera. Gotarrendura, se llama este, anda que se quedó a gusto el que le puso el nombre. Aquí hay mucha gente que aplaude, y grita, y hasta una banda de música. Esto no se ve en todas las carreras, mola mazo. Los corredores van llegando, cansados pero felices. Algunos levantan las manos, otros se abrazan, otros ponen la cara muy seria, y todos, todos miran la hora cuando llegan a la meta, que manía tiene esta gente con el tiempo. Ahí llega Jorge, ha sudado la gota gorda pero se le ve llegar contento, saluda a mami y a mí, creo que ya somos amigos. Y ahí viene papi, ¡que bien! Me abraza y me besa, está mojado pero no me importa. Cruzo la meta con él de la mano, le hace ilusión. Vale, a mi también. Recoge una bolsa, un refresco, y fruta. ¡Y para mi también, me dan un trozo de sandía! Esta rica y fresquita, pero no suelto la galleta, para algo tengo dos manos. Esta carrera me ha gustado, por el campo y la sandía y ver a papi tantas veces y todo eso. Ya llegan los Carlos, llegan juntos, estos son de los que sonríen cuando cruzan la meta, y chocan las manos. Yo creo que a ellos también les ha gustado la carrera, se les ve a todos contentos. Estos corredores, cuanto más cansados llegan, más contentos están. Yo creo que no están muy bien de la cabeza, pero es que ellos son así. Y hay que quererlos.

¡Uuups! Aquí viene Jorge. Me dice no se qué de que los ladrillos son cosa suya, y que vaya terminando, que ya está bien. Así que hasta otra, a ver si me llevan con Nito en el carro adelantando a todo el mundo, que eso es lo que mola. Besitos.

domingo, 24 de mayo de 2009

Viaje a la Alcarria

Después de mi incomparecencia al chuletón/media maratón de Avila por causas de fuerza menor (la menor de mis hijas), tenía yo un run-run en las piernas pidiéndome guerra en forma de kilómetros. Mis piernas, por si no lo sabéis, son tan o más descerebradas que su propietario, porque a causa de la guerra contra los papilomas que me mortifica últimamente, mis entrenamientos en las últimas semanas son más o menos estos:

Semana del 4-10 de mayo: dos salidas, 11k y 9k sin muchos alardes. Total 20k. El 10 de mayo, participo como acompañante en la Carrera de la Mujer (andando). 54’ para 6k.
Semana del 11-17 de mayo: dos saliditas de unos 10k al tran-tran. Total 20k.
Semana del 18-24 de mayo: una salidita miserable de 7k.

Total, 47k en tres semanas + 6k de paseo. Esto aconsejaría a cualquiera con un mínimo de materia gris en la sesera a no acometer empresas mayores de un diez mil, y a ritmo tranquilo. Desafortunadamente, cuando repartieron dicha materia yo debía estar correteando por el limbo, porque no ando muy sobrado. Sino no se explica que, en un impulsivo arrebato de inconsciencia, me apuntara a correr una Media Maratón, y además una con fama de durilla, la de Jadraque. Si además aderezamos esto con que cuatro días antes salía cojo de la consulta de la doctora que me trata los papilomas, con el talón en carne viva, la cosa ya es para declararme oficialmente incapacitado, o ingresarme en el siquiátrico (ambas alternativas sopesadas a día de hoy por mi Santa).

El caso es que ya no hay remedio, así que el domingo tempranito, bien dormido, desayunado, evacuado, y pertrechado con los arreos propios del corredor dominguero, ya estoy camino de Jadraque. He venido preparado para la lluvia, lo cual es garantía casi segura de que no caerá una gota; sin embargo, algunos esquivos y juguetones chubascos me acompañan durante el camino. Hacía mucho tiempo que no me dejaba caer por esta zona de Guadalajara, que francamente merece una visita más sosegada que la que yo le estoy dedicando. La belleza de los paisajes, la sencillez de piedra de los pueblos, el verdor de los campos de cereal, en contraste con el rojo de la tierra, y toda la gama de grises que despliega el lluvioso cielo, regalan a mis ojos y a mi memoria un hermoso viaje. Por fin, tras una curva de la carretera, aparece, encaramado en lo alto del “cerro más perfecto del mundo” el castillo de Jadraque. Son aproximadamente las nueve y veinte de la mañana cuando aparco el coche frente al Restaurante Cuatro Caminos, lugar donde espero encontrarme con Aspen y el Corredor del Cañamares (Jose Luis), dos de los ilustres paquetes con los que hoy compartiré jornada. Mientras tomo un café con leche, aparece Jose Luis acompañado de sus primos Roberto y Javier, que también se van a enfrentar con la hermana pequeña de la maratoniana distancia. Saludos, presentaciones, charla… un placer, al cabo de un rato nos vamos a recoger el dorsal, nos vestimos de romanos y para la salida. Allí encontramos por fin a Aspen, bostezando y con cara de haber estado de juerga hasta las tantas (como nos confirmaron sus palabras). El plan está claro. Aspen saldrá tranquilo (eso dice), y según se vaya encontrando tirará para adelante. Yo saldré a ver como responde mi pie (aún duele un poco) y a ver hasta dónde me llegan las fuerzas. Y Jose Luis y sus primos tratarán de conseguir un nuevo trofeo para la paquetería: la tortuga de alabastro que esta carrera concede al corredor que pasa la meta en último lugar.

Bajo el arco de salida nos agrupamos no más de un centenar de atletas. Casi todo el mundo se saluda, se conoce. Me encanta el ambiente de estas carreras, lejos de las masificaciones de las grandes carreras de Madrid. Es un lujo que, nada más darse el petardazo de salida (previa advertencia de la maternal “speaker” para que no nos asustemos), uno pueda correr tranquilamente, sin esperas, apreturas ni empujones. Yo salgo muy alegre (demasiado, probablemente), tengo “mono” de correr y le doy rienda suelta. Pero los primeros kilómetros callejeando por Jadraque no son precisamente plácidos. Continuas subidas y bajadas hacen que llegue al km. 3 un poco pasado de vueltas, y con el pie haciendo notar que está ahí. Así que estabilizo un poco mi ritmo, y tiramos hacia fuera de la población, a tomar la carretera que nos llevará hacia la cercana localidad de Membrillera. Paso el 5 en 23’40”. Por aquí el poco nutrido pelotón ya circula completamente estirado, apenas se ven grupos de tres o cuatro corredores como mucho. Pronto me encuentro corriendo solo, entre los verdes sembrados, disfrutando del placer de correr. Y del sol, que empieza a asomar entre las nubes para tomar parte en la fiesta; pero el sol de Mayo ya pega de lo lindo, así que empiezo a pasar calor, y a sudar como un gorrinillo en día de matanza. De vez en cuando, una nube caritativa oculta la cara al Lorenzo, lo que mi recalentado organismo agradece. Al final de una prolongada cuesta abajo, soy adelantado por un corredor sin camiseta, que debe estar pasando tanto o más calor que yo. De aquí hasta meta, mantendremos un bonito duelo, que terminará… para saberlo habrá que leer hasta el final ;-)

En las cercanías de Membrillera, paso el kilómetro 10, 48 minutos justos. Voy bien, algo acalorado, pero las piernas responden, el pie se queja pero no grita, así que sigo matando al papiloma a pisotones, como me dijo Gebre ;-). Y hablando de pisotones, oigo detrás de mí las pisadas de otro corredor que, a un ritmo sensiblemente superior al mío, se me echa encima, finalmente me alcanza y me dice “¿Dónde has dejado las peras?” Es Aspen, que parece que se ha sacudido la modorra resacosa que exhibía en la salida, y trota a mi lado con insultante ligereza. Charlamos un poquito, y compartimos un kilómetro, en el que veo como recortamos notablemente los metros que me llevaba el corredor sin camiseta, a la misma velocidad que se acelera mi respiración; no hay que ser muy listo para darse cuenta de que para seguir el ritmo de Aspen estoy forzando mi poco engrasada maquinaria. Así que, a la vista del cartel del km. 11, le digo a Aspen “si quieres tirar para adelante…”, que es la forma educada entre corredores de decir “voy follao; me llevas con el gancho, así que tira y déjame solo con mis miserias”. Aspen no se hace de rogar, se despide y acelera, poniendo rápidamente metros entre él y yo. Le mantendré en la visual por poco tiempo. El caso es que, con la inercia del acelerón de Aspen, adelanto al corredor sin camiseta entrando a Membrillera. Agua, aplausos de los ¿membrilleros? ¿membrillenses? ¿membrillos?, y salimos del pueblo, tomando de nuevo la carretera de vuelta a Jadraque. Un espectador me dice “¡Venga, que solo os queda la cuesta!” y acto seguido se ríe con maldad, el muy… Y es que ahora viene lo bueno. De entrada, una cuesta hasta el km. 15, bajo un sol cada vez más insistente, que va elevando la temperatura ambiental y corporal. Paso el 15 en 1:12:30, mantengo un ritmo muy constante, pero en algún recóndito lugar de mi cuerpo, la aguja del combustible está llegando a cero. Y lo noto, conozco esta sensación de “se acabó”, tomo conciencia dolorosamente de que, a día de hoy, 21 kilómetros son mucho arroz para tan poco pollo, y que voy a sudar tinta para llegar. Y para arreglar las cosas, la carretera vuelve a empinarse. ¿En qué momento esta preciosa carretera, que serpentea entre verdes trigales y rojizos bancales, bajo la vigilante mirada del Castillo del Cid, se ha transformado simple y llanamente en una puta cuesta? “Jorge, baja el ritmo que no llegas”. Kilómetro 17, esto no se acaba, pero ya solo quedan cuatro. La subida se me hace interminable, mil pensamientos negativos vienen a mi cabeza, los espanto a golpes de voluntad y cabezonería. Intento “engancharme” a dos corredores que me preceden, 50 metros delante de mí. Uno de ellos se para y camina, la jodimos, ver puesto en práctica lo que mi cabeza lleva rato rumiando. “Párate y anda un rato”. “Pero cómo me voy a parar a 3 kilómetros y pico de meta, ¿estás tonto? ¿es que quieres ‘desprestigiar’ la carrera?” Y así una y otra vez, el pie duele bastante machaconamente, pero es mi recalentado y exhausto corpachón el que me lastra carretera arriba. Paso el 18, ya llegamos a la rotonda que da acceso a Jadraque, la cuesta se está acabando. Me adelanta una chica, acompañada de un chaval de su club, pero es ella la que va tirando, con buen ritmo y estilo. Y poco después el corredor sin camiseta, al que pasé en Membrillera, me da alcance y me sobrepasa. No hago ni amago de aguantar el ritmo a ninguno de estos, me contento, mientras callejeamos por Jadraque, con que la distancia no aumente demasiado. A ello ayudan, por fin, las cuestas abajo. 19, 20… venga, menos de un kilómetro, esto está hecho, solo pienso en llegar y en beber, estoy seco. A medio kilómetro de meta veo a Aspen, más fresco que una lechuga (al final se ha cascado la media en 1:36), me saluda y anima, sólo acierto a decir “¡estoy muerto!” pero no, los muertos descansan y a mí me faltan aún 500 metros, hay que bordear el parque donde está la meta, última cuesta arriba que se agarra a las piernas, ¡Dios como se agarra!, veo al corredor sin camiseta unos metros delante de mi, si esto fuera una película ahora yo sacaría fuerzas de flaqueza para acelerar y sobrepasarle sobre la línea de meta. Pero para ver pelis, al cine. No tengo fuerzas para nada, ni para sacarlas de la flaqueza, ni de ningún otro sitio. No puedo con mi alma, sigo corriendo porque, malo, desentrenado y paquete, soy un corredor, y si me cortaran la cabeza seguiría corriendo, como las gallinas, hasta la línea de meta. Por fin, la locutora canta mi número, el 518, la gente me aplaude, levanto el puño derecho y llego. 1:44:28 por mi reloj. Estoy destrozado, recojo la camiseta y la bolsa como un sonámbulo. El corredor sin camiseta me estrecha la mano y me dice sonriente “¡muy bien!”. Creo que le contesto lo mismo, y le devuelvo una sonrisa, que me temo habrá parecido una mueca en mi demacrado rostro. Enloquecido de sed, hurgo en la bolsa buscando algo que beber. Agua, Trina, una naranja. Sentado al borde del camino, sintiendo palpitar desbocado mi corazón – y mi pie – trato de recuperar el resuello. Al cabo de un rato, me levanto, ante la dolorosa protesta de mis embotadas piernas, y camino hasta la meta, para ver llegar al Corredor del Cañamares y sus primos. Estos últimos llegan con mala cara, pero llegan. Jose Luis acompaña a uno de ellos, y ambos dos tienen el honor de cerrar la carrera. La tortuga (este año elefante) de alabastro es suya, y Jose Luis la exhibirá orgullosamente (junto con la bufanda del Barça) en el bar donde, delante de unas bien ganadas cervezas, olvidaremos el sufrimiento y recordaremos que, una vez más, somos atletas. Y de los buenos, de los que saben sufrir.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Porqués




¿Porqué el corredor de la fruta? Este curioso título no tiene que ver con mi aficción por los productos hortofrutícolas; me fue concedido por mi amiga Isabel, al ver la foto que acompaña a esta entrada (correspondiente a los 10 km de Rivas 2006). Soy el barbado corredor que aparece tras las dos guapas corredoras. Obsérvese el gesto concentrado, la camiseta tirante sujetando lo que entonces parecía una prometedora barriguita, y los dos pies casi en el aire. Isabel me bautizó como el corredor de la fruta, porque "siempre corres detrás de las peras". Más allá del jocoso comentario, que me apresuro a desmentir públicamente (sin mucha convicción, la verdad es que me gusta mucho la fruta... y las peras), me gustó el apodo, y me gusta para dar nombre a este invento.

¿Porqué pardillete? Según el diccionario, pardillo es "incauto, ingenuo, cándido, que no tiene malicia". Así me sentía yo cuando entre por primera vez en un foro de internet. Era un foro de inversores de bolsa, donde me metí para intentar encontrar algo de luz en el lóbrego mundo de las finanzas, atrapado en una inversión hecha con tanta codicia como desconocimiento. Entre tanto tiburón financiero, yo me sentía como un auténtico pardillo, lo que me llevó a nacer virtualmente con tan poco decoroso (pero descriptivo) nombre. Naturalmente, no aprendí nada de finanzas, el foro sólo me sirvió para dar rienda suelta a mi pluma (la de escribir), y mis inversiones en bolsa alcanzaron tan poca gloria como mis proezas atléticas, pero le cogí cariño al nick. Así, cuando decidí salir del armario como corredor en el foro de elatleta.com, la añoranza pudo con mi ya de por si escaso sentido del ridículo, y volví a ponerme las viejas vestiduras de pardillete para volver a pasearme por el mundo de los atletas virtuales (en mi caso, lo verdaderamente virtual es mi condición de atleta)

¿Y Porqué este blog? Pues, evidentemente, como respuesta a la presión de la plataforma "Blog pardillete ya" ;-), promovida por varios foristas de "El Rincón de los Paquetes" encabezados por Cabesc, a la que he dado rápida respuesta (risas). Hartos de que les llenara de ladrillazos su rincón, me han invitado amable (y pacientemente) a que cree esta especie de trastero donde almacenar los hijos de mi más o menos lúcida imaginación. Que nadie espere encontrar aquí un pozo de sabiduría atlética, planes de entrenamiento, ni recetas mágicas (salvo de cocina, de esas quizá si). Mi actitud ante la vida es la de ser aprendiz de casi todo y maestro de casi nada, así que como no quiero que mi anárquica e improvisada forma de entrenar sirva de mal ejemplo a nadie, os evitaré los jeroglíficos tipo "3x(6x400) rec 1' a R2 con 3' entre grupos". Pero si un día hago un entrenamiento como ese, sí que os contaré lo que siento. Cómo me duelen las piernas, cómo mi respiración se acelera ávida del oxígeno que mis piernas demandan, cómo la cabeza grita "¡para!", y el corazón dice "¡sigue!". Y no hablo del corazón como ese sanguinolento músculo que impulsa la vida de nuestro organismo, sino del otro corazón. Ese "castillo interior lleno de moradas" que decía Santa Teresa, que yo veo más bien como un destartalado caserón, algo descuidado, y que ya va estando un poco viejo, en cuyas habitaciones se almacenan recuerdos, pasiones, amores, vida. Hay una estancia, al fondo del pasillo a mano izquierda, que permaneció vacía por muchos años. Un buen día (creo que fue un buen día) empecé a correr, y no encontré mejor lugar donde dejar las zapatillas que esa habitación. Con el paso del tiempo, la habitación se ha llenado de zapatillas gastadas, viejas camisetas de carreras, calcetines desparejados, y los mil y un recuerdos, disfrutes y sufrimientos atesorados a lo largo de muchos kilómetros corriendo. Ahora esa habitación es una de mis favoritas. Muchos días paso por allí, escojo una camiseta, un pantalón, me calzo unas zapatillas, y salgo a correr. Nada más. Y nada menos.

Ya lo estoy haciendo otra vez, vaya ladrillo que me ha salido. Francamente, no espero que se dejen caer por aquí más que la media docena de paquetillos que, no contentos con la evidente falta de cordura que muestran corriendo, además parecen encontrar un malsano placer con la lectura de mis escritos. Pero ya no hay marcha atrás, así que "ahí va, como el caballo de copas".