domingo, 24 de mayo de 2009

Viaje a la Alcarria

Después de mi incomparecencia al chuletón/media maratón de Avila por causas de fuerza menor (la menor de mis hijas), tenía yo un run-run en las piernas pidiéndome guerra en forma de kilómetros. Mis piernas, por si no lo sabéis, son tan o más descerebradas que su propietario, porque a causa de la guerra contra los papilomas que me mortifica últimamente, mis entrenamientos en las últimas semanas son más o menos estos:

Semana del 4-10 de mayo: dos salidas, 11k y 9k sin muchos alardes. Total 20k. El 10 de mayo, participo como acompañante en la Carrera de la Mujer (andando). 54’ para 6k.
Semana del 11-17 de mayo: dos saliditas de unos 10k al tran-tran. Total 20k.
Semana del 18-24 de mayo: una salidita miserable de 7k.

Total, 47k en tres semanas + 6k de paseo. Esto aconsejaría a cualquiera con un mínimo de materia gris en la sesera a no acometer empresas mayores de un diez mil, y a ritmo tranquilo. Desafortunadamente, cuando repartieron dicha materia yo debía estar correteando por el limbo, porque no ando muy sobrado. Sino no se explica que, en un impulsivo arrebato de inconsciencia, me apuntara a correr una Media Maratón, y además una con fama de durilla, la de Jadraque. Si además aderezamos esto con que cuatro días antes salía cojo de la consulta de la doctora que me trata los papilomas, con el talón en carne viva, la cosa ya es para declararme oficialmente incapacitado, o ingresarme en el siquiátrico (ambas alternativas sopesadas a día de hoy por mi Santa).

El caso es que ya no hay remedio, así que el domingo tempranito, bien dormido, desayunado, evacuado, y pertrechado con los arreos propios del corredor dominguero, ya estoy camino de Jadraque. He venido preparado para la lluvia, lo cual es garantía casi segura de que no caerá una gota; sin embargo, algunos esquivos y juguetones chubascos me acompañan durante el camino. Hacía mucho tiempo que no me dejaba caer por esta zona de Guadalajara, que francamente merece una visita más sosegada que la que yo le estoy dedicando. La belleza de los paisajes, la sencillez de piedra de los pueblos, el verdor de los campos de cereal, en contraste con el rojo de la tierra, y toda la gama de grises que despliega el lluvioso cielo, regalan a mis ojos y a mi memoria un hermoso viaje. Por fin, tras una curva de la carretera, aparece, encaramado en lo alto del “cerro más perfecto del mundo” el castillo de Jadraque. Son aproximadamente las nueve y veinte de la mañana cuando aparco el coche frente al Restaurante Cuatro Caminos, lugar donde espero encontrarme con Aspen y el Corredor del Cañamares (Jose Luis), dos de los ilustres paquetes con los que hoy compartiré jornada. Mientras tomo un café con leche, aparece Jose Luis acompañado de sus primos Roberto y Javier, que también se van a enfrentar con la hermana pequeña de la maratoniana distancia. Saludos, presentaciones, charla… un placer, al cabo de un rato nos vamos a recoger el dorsal, nos vestimos de romanos y para la salida. Allí encontramos por fin a Aspen, bostezando y con cara de haber estado de juerga hasta las tantas (como nos confirmaron sus palabras). El plan está claro. Aspen saldrá tranquilo (eso dice), y según se vaya encontrando tirará para adelante. Yo saldré a ver como responde mi pie (aún duele un poco) y a ver hasta dónde me llegan las fuerzas. Y Jose Luis y sus primos tratarán de conseguir un nuevo trofeo para la paquetería: la tortuga de alabastro que esta carrera concede al corredor que pasa la meta en último lugar.

Bajo el arco de salida nos agrupamos no más de un centenar de atletas. Casi todo el mundo se saluda, se conoce. Me encanta el ambiente de estas carreras, lejos de las masificaciones de las grandes carreras de Madrid. Es un lujo que, nada más darse el petardazo de salida (previa advertencia de la maternal “speaker” para que no nos asustemos), uno pueda correr tranquilamente, sin esperas, apreturas ni empujones. Yo salgo muy alegre (demasiado, probablemente), tengo “mono” de correr y le doy rienda suelta. Pero los primeros kilómetros callejeando por Jadraque no son precisamente plácidos. Continuas subidas y bajadas hacen que llegue al km. 3 un poco pasado de vueltas, y con el pie haciendo notar que está ahí. Así que estabilizo un poco mi ritmo, y tiramos hacia fuera de la población, a tomar la carretera que nos llevará hacia la cercana localidad de Membrillera. Paso el 5 en 23’40”. Por aquí el poco nutrido pelotón ya circula completamente estirado, apenas se ven grupos de tres o cuatro corredores como mucho. Pronto me encuentro corriendo solo, entre los verdes sembrados, disfrutando del placer de correr. Y del sol, que empieza a asomar entre las nubes para tomar parte en la fiesta; pero el sol de Mayo ya pega de lo lindo, así que empiezo a pasar calor, y a sudar como un gorrinillo en día de matanza. De vez en cuando, una nube caritativa oculta la cara al Lorenzo, lo que mi recalentado organismo agradece. Al final de una prolongada cuesta abajo, soy adelantado por un corredor sin camiseta, que debe estar pasando tanto o más calor que yo. De aquí hasta meta, mantendremos un bonito duelo, que terminará… para saberlo habrá que leer hasta el final ;-)

En las cercanías de Membrillera, paso el kilómetro 10, 48 minutos justos. Voy bien, algo acalorado, pero las piernas responden, el pie se queja pero no grita, así que sigo matando al papiloma a pisotones, como me dijo Gebre ;-). Y hablando de pisotones, oigo detrás de mí las pisadas de otro corredor que, a un ritmo sensiblemente superior al mío, se me echa encima, finalmente me alcanza y me dice “¿Dónde has dejado las peras?” Es Aspen, que parece que se ha sacudido la modorra resacosa que exhibía en la salida, y trota a mi lado con insultante ligereza. Charlamos un poquito, y compartimos un kilómetro, en el que veo como recortamos notablemente los metros que me llevaba el corredor sin camiseta, a la misma velocidad que se acelera mi respiración; no hay que ser muy listo para darse cuenta de que para seguir el ritmo de Aspen estoy forzando mi poco engrasada maquinaria. Así que, a la vista del cartel del km. 11, le digo a Aspen “si quieres tirar para adelante…”, que es la forma educada entre corredores de decir “voy follao; me llevas con el gancho, así que tira y déjame solo con mis miserias”. Aspen no se hace de rogar, se despide y acelera, poniendo rápidamente metros entre él y yo. Le mantendré en la visual por poco tiempo. El caso es que, con la inercia del acelerón de Aspen, adelanto al corredor sin camiseta entrando a Membrillera. Agua, aplausos de los ¿membrilleros? ¿membrillenses? ¿membrillos?, y salimos del pueblo, tomando de nuevo la carretera de vuelta a Jadraque. Un espectador me dice “¡Venga, que solo os queda la cuesta!” y acto seguido se ríe con maldad, el muy… Y es que ahora viene lo bueno. De entrada, una cuesta hasta el km. 15, bajo un sol cada vez más insistente, que va elevando la temperatura ambiental y corporal. Paso el 15 en 1:12:30, mantengo un ritmo muy constante, pero en algún recóndito lugar de mi cuerpo, la aguja del combustible está llegando a cero. Y lo noto, conozco esta sensación de “se acabó”, tomo conciencia dolorosamente de que, a día de hoy, 21 kilómetros son mucho arroz para tan poco pollo, y que voy a sudar tinta para llegar. Y para arreglar las cosas, la carretera vuelve a empinarse. ¿En qué momento esta preciosa carretera, que serpentea entre verdes trigales y rojizos bancales, bajo la vigilante mirada del Castillo del Cid, se ha transformado simple y llanamente en una puta cuesta? “Jorge, baja el ritmo que no llegas”. Kilómetro 17, esto no se acaba, pero ya solo quedan cuatro. La subida se me hace interminable, mil pensamientos negativos vienen a mi cabeza, los espanto a golpes de voluntad y cabezonería. Intento “engancharme” a dos corredores que me preceden, 50 metros delante de mí. Uno de ellos se para y camina, la jodimos, ver puesto en práctica lo que mi cabeza lleva rato rumiando. “Párate y anda un rato”. “Pero cómo me voy a parar a 3 kilómetros y pico de meta, ¿estás tonto? ¿es que quieres ‘desprestigiar’ la carrera?” Y así una y otra vez, el pie duele bastante machaconamente, pero es mi recalentado y exhausto corpachón el que me lastra carretera arriba. Paso el 18, ya llegamos a la rotonda que da acceso a Jadraque, la cuesta se está acabando. Me adelanta una chica, acompañada de un chaval de su club, pero es ella la que va tirando, con buen ritmo y estilo. Y poco después el corredor sin camiseta, al que pasé en Membrillera, me da alcance y me sobrepasa. No hago ni amago de aguantar el ritmo a ninguno de estos, me contento, mientras callejeamos por Jadraque, con que la distancia no aumente demasiado. A ello ayudan, por fin, las cuestas abajo. 19, 20… venga, menos de un kilómetro, esto está hecho, solo pienso en llegar y en beber, estoy seco. A medio kilómetro de meta veo a Aspen, más fresco que una lechuga (al final se ha cascado la media en 1:36), me saluda y anima, sólo acierto a decir “¡estoy muerto!” pero no, los muertos descansan y a mí me faltan aún 500 metros, hay que bordear el parque donde está la meta, última cuesta arriba que se agarra a las piernas, ¡Dios como se agarra!, veo al corredor sin camiseta unos metros delante de mi, si esto fuera una película ahora yo sacaría fuerzas de flaqueza para acelerar y sobrepasarle sobre la línea de meta. Pero para ver pelis, al cine. No tengo fuerzas para nada, ni para sacarlas de la flaqueza, ni de ningún otro sitio. No puedo con mi alma, sigo corriendo porque, malo, desentrenado y paquete, soy un corredor, y si me cortaran la cabeza seguiría corriendo, como las gallinas, hasta la línea de meta. Por fin, la locutora canta mi número, el 518, la gente me aplaude, levanto el puño derecho y llego. 1:44:28 por mi reloj. Estoy destrozado, recojo la camiseta y la bolsa como un sonámbulo. El corredor sin camiseta me estrecha la mano y me dice sonriente “¡muy bien!”. Creo que le contesto lo mismo, y le devuelvo una sonrisa, que me temo habrá parecido una mueca en mi demacrado rostro. Enloquecido de sed, hurgo en la bolsa buscando algo que beber. Agua, Trina, una naranja. Sentado al borde del camino, sintiendo palpitar desbocado mi corazón – y mi pie – trato de recuperar el resuello. Al cabo de un rato, me levanto, ante la dolorosa protesta de mis embotadas piernas, y camino hasta la meta, para ver llegar al Corredor del Cañamares y sus primos. Estos últimos llegan con mala cara, pero llegan. Jose Luis acompaña a uno de ellos, y ambos dos tienen el honor de cerrar la carrera. La tortuga (este año elefante) de alabastro es suya, y Jose Luis la exhibirá orgullosamente (junto con la bufanda del Barça) en el bar donde, delante de unas bien ganadas cervezas, olvidaremos el sufrimiento y recordaremos que, una vez más, somos atletas. Y de los buenos, de los que saben sufrir.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Porqués




¿Porqué el corredor de la fruta? Este curioso título no tiene que ver con mi aficción por los productos hortofrutícolas; me fue concedido por mi amiga Isabel, al ver la foto que acompaña a esta entrada (correspondiente a los 10 km de Rivas 2006). Soy el barbado corredor que aparece tras las dos guapas corredoras. Obsérvese el gesto concentrado, la camiseta tirante sujetando lo que entonces parecía una prometedora barriguita, y los dos pies casi en el aire. Isabel me bautizó como el corredor de la fruta, porque "siempre corres detrás de las peras". Más allá del jocoso comentario, que me apresuro a desmentir públicamente (sin mucha convicción, la verdad es que me gusta mucho la fruta... y las peras), me gustó el apodo, y me gusta para dar nombre a este invento.

¿Porqué pardillete? Según el diccionario, pardillo es "incauto, ingenuo, cándido, que no tiene malicia". Así me sentía yo cuando entre por primera vez en un foro de internet. Era un foro de inversores de bolsa, donde me metí para intentar encontrar algo de luz en el lóbrego mundo de las finanzas, atrapado en una inversión hecha con tanta codicia como desconocimiento. Entre tanto tiburón financiero, yo me sentía como un auténtico pardillo, lo que me llevó a nacer virtualmente con tan poco decoroso (pero descriptivo) nombre. Naturalmente, no aprendí nada de finanzas, el foro sólo me sirvió para dar rienda suelta a mi pluma (la de escribir), y mis inversiones en bolsa alcanzaron tan poca gloria como mis proezas atléticas, pero le cogí cariño al nick. Así, cuando decidí salir del armario como corredor en el foro de elatleta.com, la añoranza pudo con mi ya de por si escaso sentido del ridículo, y volví a ponerme las viejas vestiduras de pardillete para volver a pasearme por el mundo de los atletas virtuales (en mi caso, lo verdaderamente virtual es mi condición de atleta)

¿Y Porqué este blog? Pues, evidentemente, como respuesta a la presión de la plataforma "Blog pardillete ya" ;-), promovida por varios foristas de "El Rincón de los Paquetes" encabezados por Cabesc, a la que he dado rápida respuesta (risas). Hartos de que les llenara de ladrillazos su rincón, me han invitado amable (y pacientemente) a que cree esta especie de trastero donde almacenar los hijos de mi más o menos lúcida imaginación. Que nadie espere encontrar aquí un pozo de sabiduría atlética, planes de entrenamiento, ni recetas mágicas (salvo de cocina, de esas quizá si). Mi actitud ante la vida es la de ser aprendiz de casi todo y maestro de casi nada, así que como no quiero que mi anárquica e improvisada forma de entrenar sirva de mal ejemplo a nadie, os evitaré los jeroglíficos tipo "3x(6x400) rec 1' a R2 con 3' entre grupos". Pero si un día hago un entrenamiento como ese, sí que os contaré lo que siento. Cómo me duelen las piernas, cómo mi respiración se acelera ávida del oxígeno que mis piernas demandan, cómo la cabeza grita "¡para!", y el corazón dice "¡sigue!". Y no hablo del corazón como ese sanguinolento músculo que impulsa la vida de nuestro organismo, sino del otro corazón. Ese "castillo interior lleno de moradas" que decía Santa Teresa, que yo veo más bien como un destartalado caserón, algo descuidado, y que ya va estando un poco viejo, en cuyas habitaciones se almacenan recuerdos, pasiones, amores, vida. Hay una estancia, al fondo del pasillo a mano izquierda, que permaneció vacía por muchos años. Un buen día (creo que fue un buen día) empecé a correr, y no encontré mejor lugar donde dejar las zapatillas que esa habitación. Con el paso del tiempo, la habitación se ha llenado de zapatillas gastadas, viejas camisetas de carreras, calcetines desparejados, y los mil y un recuerdos, disfrutes y sufrimientos atesorados a lo largo de muchos kilómetros corriendo. Ahora esa habitación es una de mis favoritas. Muchos días paso por allí, escojo una camiseta, un pantalón, me calzo unas zapatillas, y salgo a correr. Nada más. Y nada menos.

Ya lo estoy haciendo otra vez, vaya ladrillo que me ha salido. Francamente, no espero que se dejen caer por aquí más que la media docena de paquetillos que, no contentos con la evidente falta de cordura que muestran corriendo, además parecen encontrar un malsano placer con la lectura de mis escritos. Pero ya no hay marcha atrás, así que "ahí va, como el caballo de copas".