miércoles, 15 de junio de 2011

No digas que fue un sueño

La una de la mañana y no hay quien pegue ojo… cagonlamarsalada… voy a salir al salón a leer un poco, a ver si me entra el sueño. Qué puñetas, y con el madrugón que hay que pegarse mañana. Puf… pero si no veo ni las páginas. Un vaso de leche caliente, eso dicen que da sueño, venga va, para adentro… puaj… hubiera sido mejor una cerveza... A ver si leyendo… el caso es que me está entrando un poco de modorrilla, si no fuera por estos nervios…

La salida del Maratón Alpino. Nervios, excitación, ilusión, algo de miedo. Y muchos amigos, los que vamos a correr el MAM (Carlos Micra, Juan Aspen, Paloma, Jesús Zero, Josito, Angel Malaika, Carlos Darth, Paco Sandp, Iván y Ana “los Cabesc”, Carlos Velayos, Nacho Silvestre), algún “telegrafista” (Abel y Marina), y el paquete montañero por excelencia, Sergio Mayayo, que cámara en ristre nos anima y bromea para sacar fuera tanta tensión. Es por estar en este lugar y con esta gente por lo que merece la pena tanto madrugón, tanto entrenamiento y tanto sudor. Cuando por fin salimos, hacemos unos metros de trote de cara al público, y en seguida la senda se empina y a caminar. Hacia el Puerto de Navacerrada. La temperatura aún es fresca, pero no se ve ni una nube. Mala noticia para mí, que con los nervios y la tontería ni siquiera me he dado crema solar. Ay pardillete. Pero de momento no importa. Disfruto de ascender por este bosque mágico, vadeando cuidadosamente el río para no mojar las zapatillas, compartiendo senda casi todo el tiempo con Jesús, Ángel, Paloma y Josito. Charlamos, bromeamos, jugueteamos con adelantarnos unos a otros. Disfrutamos. Cuando el camino del Calvario se empina más, solo se oye el rumor de docenas de zapatillas mezclado con respiraciones ávidas y el golpeteo de bastones de algunos corredores. Cuando suaviza la pendiente, trotamos, buscando arañar “calderilla”, un puñado de segundos que ofrecer como tributo al Dios Cronos. Llegamos al telesilla, la cuesta aquí es dura de pelotas, pero aún hay fuerzas para subir a buen paso, y dedicar un saludo-jadeo a Mayayo, que nos anima e inmortaliza con su cámara. Qué alegría verle aquí, sonriente y transmitiéndonos el ánimo y la fuerza que rebosa este navarro tenaz. Oímos como bocinas y sirenas suenan en el cercano Puerto, dando la bienvenida a los corredores…

Joder, quién será el capullo que toca el claxon a estas horas de la noche… la madre que le… ahora que había cogido el sueño… Cagonlaleche, las dos y diez de la mañana… cómo se nota que mañana no tienen que madrugar. A ver, el libro, por dónde iba… esto ni me acuerdo de haberlo leído, voy a empezar un par de páginas más atrás a ver si… ¿he echado la vaselina en la bolsa? Si, al lado de los geles… vaya rollo de libro ¿ficción? Pero si esto no hay quien se lo crea, menuda bola…

Ya estamos subiendo a Bola. Esto se pone duro. Odio esta subida. Roca descarnada y suelta, los pies resbalan, el sudor corre generosamente, y parece que no se termina nunca. Voy detrás de Zero y de Paloma. Zero con esa indestructible fuerza de voluntad que exhibe en las grandes ocasiones. Paloma ligera como su alado nombre, parece que flota sobre las piedras. Por fin, los cohetes espaciales. Tintín en la Luna. Me vuelvo, veo el paisaje increíble a mis pies, me quedo pasmado unos instantes. Qué maravilla. Y que aún haya quien nos pregunta por qué hacemos esto… Avituallamiento, y toca bajada. Voy fenomenal de tiempo. Zero me dice que me pegue a su trasero. Dejando de lado el incierto atractivo de su indecente proposición, un par de malas pisadas en las que casi pierdo el tobillo me hacen echar el freno de mano. No es mi ritmo de bajada, y corro el riesgo de echarlo todo a rodar (empezando por mi larga osamenta) Poco a poco pierdo de vista a Zero y a Paloma, pero mantengo un buen ritmo y llego a Cotos según los cálculos. Beber, comer, beber. Aparece David, otro de los paquetes del atleta. Qué alegría, compañero. Gracias. Y toca subir a Peñalara. Me he quedado solo, pero en el MAM nunca estás solo. Voy un rato detrás de un dicharachero Tierra Trágame, anuncia que él va a hacer entre 6:30 y 7:00 ¿dónde firmo? Siempre tras él, corono Cítores, perseguidos por enjambres de moscas de proporciones bíblicas, y castigados por un cada vez más implacable Sol. De allí a Peñalara, la cumbre de Madrid, a punto de hacer cima me cruzo con Zero y Josito, que ya bajan. A Paloma no la he visto, yo creo que ya ha echado a volar. “Hay que tocar” me dicen. Pues toco el vértice, y me agarro a él con mis dos manos enguantadas…

¿He metido los guantes en la mochila? ¿Eran material obligatorio? Lo mío son mitones, ¿valdrán como guantes? Las tres y cinco. Me ahorro la rima. Esto no puede ser bueno, cuando me levante voy a estar hecho unos zorros. Hay que dormir, Jorge, hay que dormir, dormir…

Llego a Cotos por segunda vez. No he hecho mal descenso, aún voy dentro del plan. Me encuentro bien, pero un poco acalorado de más. De nuevo saludo a David, que me anuncia que Paloma y Zero acaban de irse, y me encuentro a Nacho. Lo ha dejado en Cotos. Ha hecho bien. Qué coño, mejor que bien. Cuanta gente no podría ni plantearse hacer 15 kilómetros de dura montaña, superando un desnivel de más de 1.000 metros. Algún día haremos juntos el MAM, vecino. Aparece Josito, no esperaba verle aún aquí. Ha decidido que, en su primer MAM, prefiere llegar contento y con una sonrisa, que buscar tal o cual marca. Sabia decisión. Sobre todo está preocupado por su compinche Malaika, también a mi me extraña su ausencia. Pero nos vamos. Siento un calor del carajo, y aunque he bebido, tengo sed. Malo, malo. Josito y yo trotamos un rato. Me cuesta mantener su ritmo. Me siento mal, tengo un batiburrillo en el estómago que no presagia nada bueno. En este tramo de subibaja camino de los tubos, me sacude un pajarón del quince. Josito se me va, me encuentro fatal, la boca seca, el rostro de arena, cubierto de sal reseca, las piernas de gelatina. Apenas puedo trotar cuesta abajo. Me adelanta uno, otro, otro más. Los numerosos excursionistas se apartan a mi paso. Me aplauden. Y yo apenas puedo agradecerlo. Qué calvario. Y en mi cabeza martilleando un pensamiento: “… aún me quedan los tubos. Y estoy solo.” Joderjoderjoder. Me entra el pánico. ¿Qué hago aquí? ¿Pero quién me manda? ¿Y si lo dejo? En éstas alegrías estoy, cuando llego a la base de los Tubos. Josito, sentado en una piedra, me está esperando. Viva la madre que te parió. Vamos para arriba por esta puta pared. Paso a paso. Piedra a piedra. Metro a metro. Las manos en la cintura. Jadeo. Maldigo. Tropiezo, levanto la cabeza, boqueo buscando aire, el Sol golpea sin piedad. Me paro. Josito, siempre unos metros por delante, me anima. Recuerdo al Loco el año pasado. Hay que echarle pelotas, me digo. Arranco otra vez. Otro paso, otro metro. Se me hace durísimo. Sufro como un perro. El crono, a la mierda el crono, solo quiero acabar. Y no se acaba nunca, por Dios, que termine esto ya. No puedo más. Pero puedo. Y por fin, el collado. Y el agua. Bebo y me remojo con la fría agua de Cabezas de Hierro.

Me despierto empapado en sudor. Que angustia, que pesadilla. Bufffff. Ostras, el buff, ¿lo tengo preparado? Sisisi, el de los paquetes, y el de Hello Kitty. Creo que me voy a poner este, es más clarito y además regalo de mi Santa, y me recuerda a mis niñas. Pero me llevaré también el de los paquetes. ¿Están en la bolsa o encima de la silla? Creo que me los he dejado dentro del bidé. Las cuatro menos diez, cagonla…, cierra el ojo, que hay que descansar…

Descansamos un buen rato, esto me da la vida, porque ya no podía con mi alma. Y casi cuando vamos a volver a arrancar, aparece Malaika, no sé quién tiene más alegría del encuentro, si él o nosotros. Prolongamos el descanso. Bebemos, estiramos, Malaika remoja sus cansados pies en un agua fría como el hielo. Y por fin arranco junto a los dos galvaneros, hemos estado cerca de media hora parados. Pero en cuanto empezamos a trepar por el canchal de Cabezas, parece que no hubiéramos descansado nada. Qué dolor de piernas. Josito, casi sin querer, se nos va. Malaika y yo ponemos ritmo de supervivencia , tanto da llegar media hora antes que después. Hacemos cima, esto está casi hecho, charlando y trotiandando vamos haciendo camino, superamos Valdemartin, llegamos a Bola. Erramos el camino, como nos advierte entre risas uno de los voluntarios “¿es que ninguno veis las marcas?” Como para ver marcas estamos. En Bola nos juntamos con un amigo de Paloma, Angel, cuya hija está de voluntaria en el avituallamiento. Qué envidia. Nos ofrecen una cerveza, caliente y sin alcohol, pero la intención es lo que cuenta. Qué gente, los voluntarios. De mayor quiero ser como ellos. Bajamos de Bola con más miedo que vergüenza, que estamos acabando y estaría bueno pegársela al final (se han dado casos) Puerto de Navacerrada por segunda vez, parece que hace un siglo que pasamos por aquí. Josito está esperándonos. Bebemos, comemos, me dan ganas de besar a las voluntarias (a los voluntarios también, pero menos) Ya lo tenemos. Josito nos dice que se va y que ya le pillaremos en la bajada. Qué humorista este Josito. Nos vamos, Cercedilla nos espera. Y una cerveza fría. Al trote, al trote… chapoteamos y saltamos en el río como niños felices.

“Jorge, deja de moverte. No haces más que dar vueltas. Duerme.” Joder, pero si estaba durmiendo. Es ahora cuando estoy despierto. Y ella mírala, dormida. Me riñe en sueños. ¿O he soñado que me riñe? Se me está yendo la pinza, ay madre, las cinco de la mañana, que nochecita toledana. ¿Porqué diremos esto de la noche toledana? Se lo preguntaré a Aspen, o a Darth, que lo sabe todo, que tipo…

Que tipos, estos que nos animan a 300 metros de la meta. Nos ven llegar andando, charlando, sonriendo. Y nos azuzan “¡venga, correr un poquito!” mitad en broma mitad en serio. Malaika y yo nos miramos, nos reímos, y corremos. La meta. Ya estamos. Y hay que disfrutar este momento, que vale por las casi ocho horas que llevamos en la montaña. Por la megafonía anuncian que llegan dos supervivientes, somos nosotros, pasamos bajo el arco, oigo a Txamo (gracias Javi) más que verle, le doy la mano a Malaika, cruzamos la meta, levantamos los brazos, nos abrazamos, lo hemos conseguido. Supervivientes. Saludamos a Josito, a Nacho, estamos cansados, sudorosos y borrachos, borrachos de pura felicidad, y solo al cabo de un rato me acuerdo del reloj, se me ha olvidado parar el reloj, el reloj…

Ti-tititi-ti-tititi-ti… Las cinco y media. Por fin. Salto de la cama, muerto de sueño pero feliz. Voy a correr el MAM otra vez.