lunes, 4 de enero de 2010

Memorias de San Silvestre

Ya ha llovido desde mi última entrada (y más en este último mes). Más que las andanzas del corredor de la fruta, mi sempiterna vagancia va camino de hacer que este experimento virtual sea cada día menos experimento, y cada día más virtual. Y no es que no hayan pasado cosas (atléticamente hablando) desde que me deje caer por los campos seguntinos, en el ya lejano mes de octubre; haré un esfuerzo de memoria, y otro de síntesis (cosa nada fácil para un ladrillero de memoria delicuescente como yo).

El 15 de noviembre, corrí los 10 kilómetros que organiza la asociación Grutear en Alcalá de Henares, con la grata compañía de Jesús (Zerolito). Carrera que sólo pasará a la historia (la mía) por haber llegado tarde a la salida, para alegría y regocijo del público congregado en la salida, que nos jaleó y se echó unas buenas risas a nuestra costa. La marca, 46:40 con la sensación de no haber forzado lo más mínimo, y lo mejor la compañía, festejada con churros pre-carrera y cervecitas después.

El 29 de noviembre, los 10 kilómetros de mi pueblo, Rivas. Primer intento serio de acercarme a los 45 minutos. Mañana de perros, con muchísima agua, y una vez más con la impagable compañía de paquetillos y asimilados: Carlos (Darth Vader), mi vecino Nacho (Silvestre), y las “hermanas del viento”, Marina (una de las que vino conmigo en la Pedriza) y Paloma. Empecé la carrera con estas dos últimas (recordad mi pasión hortofrutícola ;-) ), y a la mitad me quedé solo con Marina, que me llevó con la lengua fuera hasta cruzar la línea de meta en unos prometedores 44:12. Primer sub-45 post-papiloma, y con buenas sensaciones (salvo algo de flato al final), así que muy contento. Naturalmente, hubo desayuno y cerveza, accesorios sin los cuales algunos de nosotros no entenderíamos la práctica del atletismo.

El 13 de diciembre, inesperada participación en la Media maratón de Guadalajara. Inesperada, porque hasta que no vi en el foro la invitación a correrla de Jose “el corredor del Cañamares”, y empezó a tomar cuerpo la participación de un número nada despreciable de paquetillos en la misma, no me había planteado hacerla. Acudimos el grupo de Rivas al completo (Nacho/Silvestre, Paloma, Juan/Uros y yo mismo), el gran Lander y familia, Jose/El corredor del Cañamares, Luis/Ibki, y Carlos/Darth de vuelta de su fiasco lisboeta (fiasco por parte de la triste organización de la maratón, no por la suya). Día absolutamente gélido, con un viento helado, y una carrera durísima, como todas las medias que he tenido la oportunidad de hacer este año en la provincia de Guadalajara. Una vez más, con la estupenda compañía de una de las hermanas del viento casi toda la carrera, esta vez le toco aguantarme a Paloma. En meta, 1:44:36, con buenas piernas al final, y… ¿lo adivinas? Si, cervecitas.




Paquetillos congelados en Guadalajara. Paloma, Uros, Silveste, Darth, Lander (y el Tiki), y el corredor de la fruta.



El 20 de diciembre, una de las citas marcadas en rojo en el calendario. El diez mil de Aranjuez, lugar elegido por muchos paquetillos para desafiar los límites de sus marcas personales, y para organizar un buen barullito alrededor de unas paellas (regadas con cerveza, claro esta). Mucho frío otra vez, pero sin viento y con solecito. Pero no fue el día. Me caí antes de empezar resbalándome sobre unas escarchadas y húmedas hojas secas, poniéndome perdido de barro y lastimando sobre todo mi orgullo. Y me coloqué fatal en la salida, teniendo que pasarme los dos primeros kilómetros zigzagueando y con continuos y bruscos acelerones y parones. Así y todo, hice una estupenda marca… pero no lo suficiente. 43:04, a ocho segundos de mi MMP. Lo mejor una vez más la comida, más que por la calidad de los arroces y otras viandas, por la compañía. Y además fue la presentación en sociedad de mi Santa en uno de estos barullitos paquetiles. Espero que se repita muchas veces.


Nutrida paquetería en Aranjuez (aún no me había caído). Zero, una guapa rubia, Canillas, Txamo (y Yoku acechando detrás de él), Uros, Silvestre, Iron-Ibki,Adrián, y abajo los niños, con Lander y yo tan a gustito entre ellos.



Y llegó San Silvestre. Último día del año, última carrera. La San Silvestre supuso mi debut en el mundillo de las carrera populares, hace la friolera de ocho años ya. Si hoy me pongo a recordar esas 8.000 personas en la salida al lado del museo de Ciencias Naturales, ese dorsal de papel (fue el último año antes de las camisetas-dorsal) sujeto con imperdibles sobre mi sudadera de algodón (entonces no tenía ni idea de lo que era una prenda técnica), esos saltos nerviosos antes de empezar sobre mis zapatillas de tenis (aún menos idea tenía de zapas), y ese gozo indescriptible que sentí corriendo por las calles de Madrid vestidas de Navidad, llevado en volandas por los gritos de los vallecanos en las cuestas de su barrio hacia la primera línea de meta de mi vida, me invade una cierta morriña… y supongo que eso explica que, ocho años después, aún espere con enorme y navideña ilusión esta carrera, a pesar de ver el monstruo en que se ha convertido. Supongo que algún año tendré que rendirme a la evidencia, y no correrla, o al menos no intentar correrla, y solo disfrutarla en buena compañía, quizá disfrazado formando parte de la fiesta. Pero este año, con los ocho malditos segundos de Aranjuez martilleando en mi cabeza, tenía la (supongo que absurda) ilusión de desquitarme en mi querida San Silvestre. Posiblemente, la peor carrera imaginable para hacer marca, salvo que tengas la suerte (o la habilidad) de salir bien colocado adelante, porque la verdad es que, cuando quise entrar en mi cajón de salida, estos ya se habían fusionado en una espantosa amalgama de corredores de toda marca y condición, que me condenó a pasar un verdadero infierno en los dos primeros kilómetros, adelantando, frenando, zigzagueando, y maldiciendo a esta femme fatale de las carreras. La climatología tampoco ayudó: frío, lluvia, viento en contra, granizo… todo un despliegue de meteoros adversos cayó sobre nosotros. Pero tampoco este año, como en las otras seis veces que he corrido la San Silvestre, faltó mi Santa a la cita en Pacífico (km. 7). Ese breve instante en que veo su sonrisa y escucho su grito de ánimo es el mejor avituallamiento que nunca recibiré en una carrera. Y qué decir de tantos y tantos sufridos y animosos vallecanos, que llueva, hiele o nieve, se echan a la calle a dejarse las gargantas animando a los corredores en “su” carrera, y compensando con su generoso derroche de entusiasmo todos los sinsabores que haya podido dejarte la prueba, obligándome a hacerles la silenciosa promesa de volver de nuevo el año que viene… y colocarme mejor en la salida. El 43:24 que marcó mi reloj en la meta, al final es lo de menos. Hay muchas carreras en las que hacer marca. Pero San Silvestre vallecana, sólo hay una. Y no concibo otra forma de acabar el año que formando parte de esa colorida marea de esfuerzo, sudor, alegría, ilusión, camaradería, risas, y zapatillas. Están locos, esos corredores.

1 comentario:

  1. Tampoco yo tenía ganas ni entranamiento ni ná, para correr en Guada: con el frío que hace.
    Fue el amigo Lander que, como el Cid, en su camino a Valencia está animando y moviendo todos nuestros paquetes.
    A ver si este año me animo a la San Silvestre...

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