martes, 27 de abril de 2010

Momentos



Qué os puedo contar de mi tercera Maratón… que he vuelto a disfrutar, a sufrir, a emocionarme, a reír, a luchar, a rendirme, a apretar los dientes, a sentir esa mezcla de sensaciones, cuando uno cruza “esa” línea de meta, que no se parece a nada. Y como no voy a sufrir yo solo, tendréis que leer mi cronicón hasta el final. Tomaos un café, id al baño, y poneos cómodos. Una mañana de domingo da para mucho, cuando uno hace tonterías como correr una Maratón; así que os contaré como fueron esos momentos.

Suena el despertador a las 6 de la mañana, y salto de la cama. ¡Por fin! Ha terminado la espera, el día y la hora han llegado. Me desayuno zumo, unas tostadas de pan con buen aceite de oliva, café con leche y un plátano. Me asomo al balcón de casa. El alba ya clarea, apenas se ven unos tímidos jirones de nubes que pronto desaparecerán, y la temperatura es casi agradable a esta hora. “Esto quiere decir que en unas horas, nos vamos a achicharrar” me digo. Puerca suerte, después de un invierno lleno de frío, lluvia, viento y nieve, el primer día de calor del año no ha querido faltar a su cita con el MAPOMA. Qué le vamos a hacer. Me visto cuidadosamente, repasando cada detalle. Esparadrapo en los pezones, vaselina en los pies, calcetines sin arrugas, camiseta, dorsal, chip, zapatillas bien atadas, ni muy flojas ni muy prietas… ¿lo llevo todo? ¿me falta algo? Repaso mentalmente la lista una y mil veces (soy un poco pesadito), está todo... ¿y el viejo reloj de mi padre? Lo llevé en mis dos anteriores maratones en memoria suya. Ayer lo tuve en la mano, parado, sin pila, cubierto de polvo, el tiempo no perdona ni a los relojes. Decidí dejarlo. Pero hoy, a última hora, corro a la habitación donde Belén aún duerme, palpo a oscuras el interior del armario y lo cojo. Si es que uno es un sentimental. Me falta algo más; me acerco al cálido cuerpo de mi mujer dormida, y la contemplo unos instantes en la penumbra del dormitorio, escuchando el leve sonido de su respiración, aspirando su aroma, para llevarme eso conmigo. La beso con suavidad y emoción, cuando vuelva a verla habrán pasado muchas horas, y muchos kilómetros. Ella me devuelve el beso medio dormida, y me regala su acostumbrado “ten cuidado”, hoy teñido de la inquietud especial que siempre le provoca esta barbaridad llamada Maratón. Pero pienso que merece la pena vivir esta emoción y sentir este momento.

Salgo a la calle, donde mi vecino Nacho (Silvestre) me recoge poco después, él no puede correr esta carrera pero no quiere faltar a la cita . Se nos une Juan (Uros), 59 años le contemplan, a última hora se ha hecho con un dorsal y estará en la salida. No sabe si bailará con “la maratona”, como él la llama, hasta el final, o se conformará con echar un bailecito y bajarse en el kilómetro 32. Hablamos del tiempo, cómo no, no como socorrido recurso para iniciar una conversación, sino con la genuina preocupación de que, con la temperatura que hace ya, a las 7:30, hay que replantearse la carrera. Es la maldición de esta maratón. Uno entrena durante los largos y duros meses de invierno buscando una determinada marca, afinando un determinado ritmo, para que al llegar el día todo se vaya al traste y haya que olvidarse de lo entrenado y buscar un ritmo de pura y simple supervivencia. Con estos y otros alegres pensamientos llegamos a Madrid. En la esquina de la Biblioteca Nacional está fijado el punto de encuentro. Pronto empiezan a aparecer “paquetes” por todos lados, nervios y alegría a partes iguales. Abrazos, risas, charlas, fotos, y mucha preocupación por el calor… merece la pena estar aquí y compartir este momento.


La paquetería en la Biblioteca Nacional. Foto cortesía de Equis.

Y por fin, se acerca la “hora H”. Nos ponemos en la salida junto con los corredores del 10k, se da la salida y… ¡a correr! Bueno, a andar más bien. Hay un cierto tapón, y tardamos un rato en pasar por la alfombrilla de salida. No puedo evitar emocionarme al pensar que inicio por tercera vez esta aventura, que no sé cómo acabará. Los primeros kilómetros los hacemos muy tranquilos, formando un buen grupo. El cartagenero Jose Luis, Aspen, Jesús (Zerolito), Javi (Locomotoro), Iván (Cabesc), AngelTrotón, Guille y el que os escribe formamos un grupo bien avenido. Subimos muy tranquilos por la Castellana, a ritmos sobre 5:30. Sobre el 4, se separan las dos carreras, la de 10 y la Maratón. Buenos deseos por parte de los diezmileros, seguro que acompañado de algún rechinar de dientes de envidia. En media hora ellos habrán terminado, pero nosotros tenemos por delante una enormidad. Seguimos subiendo y bajando, si Roma está edificada sobre siete colinas, Madrid debe estar sobre setenta, porque no parece haber un solo trozo llano en esta ciudad. Llegamos al 10, algo menos de 55 minutos, vamos muy tranquilos, y a pesar de todo ya sudo como un pollo, madre mía, y no son las 10 de la mañana. Jose Luis se va por delante, me voy con él un rato, pero veo que el ritmo no es el mío y me voy dejando caer hacia atrás. Cuando cruzo sobre la Castellana hacia la subida de Raimundo Fernández Villaverde, el sol cae ya a plomo. Pero aún voy contento, feliz, haciendo lo que me gusta y con la esperanza de que, esta vez, el garrotazo de la maratón no caiga sobre mi lomo. Iluso. Me reintegro al grupeto, pasamos por la casa de Guille, aquí todos los años atruena la música de “Carros de Fuego”. Esta vez, un problema técnico da al traste con la música, pero no con la ilusión de una familia (olé por ellos) que se vuelca año tras año con la carrera, y que se pasaron el sábado friendo ¡cientos de rosquillas! para ofrecérnoslas a los corredores. Veo los balcones engalanados con un montón de camisetas de carreras populares, me emociono otro poquito (soy de lágrima fácil) y me digo que estoy contento de estar aquí y vivir este momento.

Llegamos a la Gran Vía (km. 17), un montón de público aquí nos jalea y anima, el subidón de moral es impresionante. Paloma (una futura maratoniana aunque ella se empeñe en negarlo) se nos une aquí con intención de ir hasta el final. Trae energías renovadas, y entre saludos y charlas, y que este tramo es el mejor de la carrera, los kilómetros pasan sin sentir. Gran Vía, Preciados, Sol, calle Mayor, Bailén, Palacio Real… el gentío es tremendo, cada uno grita y anima como puede, agitan banderas, exhiben pancartas, te sonríen, te aplauden, los niños chocan tus manos. Nos llaman de todo: héroes, campeones… Nosotros sabemos que nunca seremos campeones de nada, y que hay poco de heroico y mucho de cabezonería en lo que estamos haciendo, pero para que negarlo, nos gustan los ánimos de la gente, te llevan en volandas hacia la media Maratón, y me digo que me alegro de estar aquí y disfrutar de este momento.



Puerta del Sol. Ay, el Sol...


Media Maratón, sobre 1:55. Mucho más lento de lo que había planeado/soñado, pero el día invita a ser prudente. Bebo en todos los puestos, tomo algún gel y algún dátil, y aunque voy notando el cansancio, creo que voy bien. Bajamos por el parque del Oeste hacia la casa de Campo, tantas veces recorrida durante este invierno haciendo tapias y bosques, bajo el frío y la lluvia a veces, y hoy bañados por un sol inmisericorde que nos machaca sin piedad. Ya son 25 kilómetros los que castigan las piernas. Y aún queda mucho. Locomotoro parece que cede un poco. No le importa, él va a lo suyo, a mantener su ritmo. Yo continúo con Zero, Paloma y Cabesc. Pero según nos internamos en la Casa de Campo, noto que me cuesta mantenerme a su estela. Además desde hace unos kilómetros tengo el cuello agarrotado, con un dolor que me baja por los hombros. Miro el pulsómetro, y veo una barbaridad como 181 pulsaciones. Y estamos en el 28 aún. No puedo pasarme 14 kilómetros con el corazón (que no las piernas) al límite. Y menos con la que está cayendo. Así que me dejo caer. Bajo el ritmo, buscando recuperar el pulso, y veo como mis compañeros se marchan metro a metro. Bueno, Jorge. Estás solo. Esto podía suceder, hay que usar la cabeza a partir de aquí, y superar este momento.

Me acerco al 30, el pulso ha bajado algo, pero de golpe me noto muy cansado. Terriblemente cansado. “Sólo quedan 12”, intento animarme. Pero tengo una necesidad fisiológica “urgente” desde hace unos kilómetros, así que al ver un camión parado en la cuneta, me meto detrás a hacer mis cositas, y aprovecho para comer un gel y beber agua de la botella que llevo. Y al incorporarme a la carrera, lo hago andando. Son dos, trescientos metros, que me sirven para recuperar un poco de pulso y de sensaciones. La maratón me está zurrando de lo lindo, pero ya sé lo que es esto. Seguir adelante, un pie delante de otro, apretando los dientes, tratando de no escuchar a tu cuerpo que (cree que) ha llegado al límite. El límite está más lejos. En el kilómetro 42. Así que me obligo a arrancar de nuevo. Es un trotecillo lento, que no podría calificarse ni de trán-trán, pero corro. Y parece que no me encuentro tan mal. Locomotoro me alcanza, se ha regulado mejor que yo, y aunque me invita a acompañarle, no puedo seguirle. Me es imposible. Si intento llevar su ritmo, el pulso se me dispara y empiezo a encontrarme fatal. Así que vuelvo a bajar el pistón, y le veo marchar hacia la salida de la Casa de Campo. Otra vez solo, llegando al Lago y a la salida de la Casa de Campo, cuantas veces nuestros entrenamientos han terminado aquí; añoro esos momentos.

Quedan diez kilómetros hasta la meta. Diez kilómetros que parecen un abismo. Me olvido del 42, porque en mi cabeza está un objetivo muy personal. Llegar al 35. En ese kilómetro cumpliré nada menos que 1.000 kilómetros con un dorsal en el pecho, acumulados a lo largo de 62 carreras. No puedo pasar el 35 andando, derrotado, hecho una piltrafa. Tengo que pasarlo corriendo, o al menos haciendo algo parecido a correr. Así que sigo adelante, subo la cuesta de la Puerta del Angel, bajo por la Avenida de Portugal, recorro el Paseo de la Ermita del Santo… corriendo despacito, pero corriendo. Sudo la gota gorda, me sigue doliendo el cuello, y noto como en mis pies se debe estar produciendo una carnicería, pero eso ya lo veré cuando llegue. Porque voy a llegar, de eso no me cabe duda. Cruzo el aprendiz de río frente al estadio Calderón, bajo a la Avenida de la Virgen del puerto, suena a todo trapo el himno del Atlético de Madrid (curiosa banda sonora para un doliente madridista), y por fin paso por el 35, en 3:16:33. Me vienen a la cabeza mil momentos de carreras, de salidas, de líneas de meta, de dolores y alegrías, de esos mil kilómetros que me han llevado hasta aquí. Y me siento orgulloso y feliz de vivir este momento.

Pero me paro. Nada más pasar el 35, me paro. Estoy muy cansado, triturado por la distancia y el calor. Hago cuentas, tengo 43 minutos para hacer 7 kilómetros (los más duros) y bajaré de 4 horas. Qué fácil parece; pero se me antoja un esfuerzo descomunal, y peligroso con el calor que hace y el que siento en mi más que recalentada estructura, para un premio tan escaso y alejado del objetivo que perseguía. Miro a mi alrededor, y veo caras descompuestas, corredores que siguen adelante por pura tenacidad, otros caminan, todos sufren. Veo a los sanitarios atendiendo a un corredor tapado por una manta. No es el primero que ha caído. Miro su rostro agotado, su aspecto derrotado, y me veo a mí mismo. Y decido que por hoy esta bien de pelear. Me rindo. Decido olvidarme del reloj y hacer los últimos kilómetros regulando, a ratos andando, a ratos trotando, intentando minimizar los daños y llegar a meta. Y me pregunto qué coño hago yo aquí, y maldigo este momento.

Bajo el brillo cegador del Sol, paso mi hora más oscura de la Maratón. Pero hay que seguir adelante, siempre adelante. Solo quiero llegar a donde me espera mi familia. El kilómetro 40. Pienso en mi mujer y mis hijas, estarán esperando ver pasar a un atleta, y sólo voy a ofrecerles un dolorido pingajo. Cagontodoloquesemenea. Arranco a correr otra vez, las piernas se niegan, los pies me mortifican, pero enfilo el Paseo Imperial trotando. Lento. Un fantasma de corredor entre miles de fantasmas. Arriba, el ciego sol. Abajo, kilómetros de asfalto húmedo de sudor. A los lados, un público a ratos festivo, a ratos animoso, a ratos conmovido, que se pregunta qué puede impulsarnos a hacer algo así. El corazón tiene razones que la razón no conoce. Pero, aún dolorido y derrotado, me siento orgulloso de pertenecer a esta casta de locos que se atreven a correr una Maratón, de estar aquí, de formar parte de este momento.

El Paseo de las Acacias (km. 38) me ofrece la oportunidad de esbozar una sonrisa. Hay mucha gente que pone la música de sus coches a todo volumen, buscando animarnos de alguna manera. Se agradece. Pero cuando el desfile de muertos vivientes, que me arrastra hacia delante por la amplia avenida bajo un sol de plomo, pasa al lado de un coche, empiezan a sonar inconfundibles AC/DC y su Highway to Hell… Nunca una música ha sido más apropiada, y no sé hasta que punto esto nos anima, pero no puedo por menos que reírme. Como lo haré muchas veces, escuchando los comentarios de muchos corredores que hacen del ingenio y el humor la mejor arma para luchar contra la maratón. Así llego por fin a Atocha, ya es el 39, me paro a caminar un rato, porque dentro de poco llegaré donde están mis chicas, y tengo que ofrecerles algo digno de ver. Unos metros delante de mí veo a Iván, otra víctima del día de hoy, que camina buscando llegar, como todos. Mientras le saludo, aparece Miguel (Equis), nos tira unas fotos, nos anima, nos azuza “¡venga a correr hasta el final, cojones!” En él personifico un GRACIAS enorme a todos los que estuvieron ahí, echándonos una mano en ese momento.




¿Rabia o búsqueda de un aire que falta? (Foto cortesía de Equis)


Y llega Alfonso XII, lo que otros días no sería más que una cuesta como tantas otras, ahora es un muro, un obstáculo inhumano, que solo unas mentes enfermas han podido colocar en el kilómetro 40 de una Maratón. Pero este organismo vivo formado por miles de maratonianos no se detiene. Se enrosca sobre si mismo, se retuerce, gime y aúlla, pero sube la cuesta. Y yo con él. Miro a un lado y a otro buscando a mis chicas. Voy corriendo (si es que lo que hago a estas alturas y con esta pendiente puede llamarse correr). Por fin las veo. Allí están. Trato de poner mi mejor cara. Debí fracasar, porque Belén luego me diría que iba desencajado. Pero me paro a su lado, las beso una a una, miento una vez más a mi mujer cuando a su preocupada pregunta “¿Cómo vas?” respondo que “Bien, muy bien”. Y veo que mis hijas se ponen a mi lado, y les cojo la mano, y corro con ellas diez, veinte metros de la Maratón. Los más hermosos de la carrera, de mi vida de corredor. La emoción me invade, y solo me salva que mi cuerpo exprimido está ya tan reseco que no puede echar lágrimas. Y me digo que valió la pena llegar hasta aquí, para compartir con ellas este momento.

Bordeo el Retiro, tan cerca ya de la meta y a la vez tan lejos. Los metros se hacen eternos, recibo los ánimos de Lander, de Pedro (Jordan), de sus mujeres… “hoy no ha sido el día, pardi”. Pues no. Espero que algún día sea “el” día. Voy caminando, menos de dos kilómetros a meta y no puedo más, sólo deseo acabar. Oigo que alguien me llama por detrás, al leer mi camiseta, y me dice “vamos pardi, venga vamos juntos hasta el final”. No sé quien es, ni él sabe quién soy yo. Pero somos maratonianos. Compañeros de fatigas por un día. Hermanos de sangre y de sudor. Me pego a él, pasamos el 41 (¡Dios, pero si hace una eternidad que pase el 40!), y seguimos bordeando el parque, cuyo perímetro hoy parece adquirir dimensiones gigantescas. Por fin, la entrada. Flanqueado por un apasionado y ruidoso gentío a ambos lados, piso el Retiro. El Paseo de coches se hace eterno. Corro con el corazón, porque las piernas hace tiempo que dejaron de ser mías. Veo el 42, faltan 195 metros. Me acuerdo de mucha gente, de los paquetillos con los que he compartido tantos kilómetros, de mis amigas Elisa e Isabel que son mis incondicionales fans aunque piensan que no estoy bien de la cabeza, me acuerdo de mi padre, de mis hijas, beso mi anillo de boda y le dedico mi enésima locura a Belén, mi mujer, porque por más que yo corra, ella siempre está ahí, junto a mí. Gracias, compañera. Sonrío, tiro besos al público, levanto el brazo, cruzo la meta. He llegado hasta aquí. Y recordaré para siempre este momento.

¿Merece la pena tanto esfuerzo? Anteayer diría que no. Hoy, así así. Y mañana… mañana será otro día; pero pongamos el punto final a la Maratón. De momento.

16 comentarios:

  1. Por más que sé que el domingo hice lo correcto y que intentar acabar el baile hubiera sido para mí no ya duro, sino peligroso, leyendo crónicas como la tuya casi me arrepiento de mi retirada.

    Somos afortunados Jorge, por poder hacer estas locuras, pero sobre todo, por tener a quien dedicárselas.

    Un abrazo, y nos vemos en la próxima maratona, porque no tenemos remedio...

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  2. Gracias por escribir esto, Jorge.

    Yoku

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  3. Jorge, hiciste todo lo que te pidió la cabeza, las piernas y el corazón, ahora no le dés más vueltas, ya has sacado lo bueno y lo malo y a partir de ahora a disfrutar de los siguientes entrenamientos y carreras...
    Gracias, por contárnoslo tan BIEN
    Salud
    Besos,

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  4. Me lo he leido todo y no me he dormido. No te preocupes Jorge que algún día sin darnos cuenta llegará.

    Una de las cosas por las que me alegro de que mi mujer no venga a verme a las carreras es por la cara de preocupación que vi en la tuya el domingo.

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  5. ¡¡Grande Jorge, GRANDE!! Muchas perlas en este texto por degustar.

    Como ya os he dicho, ahora a lamerse las heridas y chuparse los dedos (12 Junio en el barrio).

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  6. ENORME JORGE.

    Un abrazo fuerte;

    Paco Malagueta

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  7. Eres grande Pardi, felicidades por transmitir tus emociones así de bien.
    A recuperarte pronto de las heridas y seguir con tu prudencia y saber estár que te caracteriza.
    Un abrazo.
    Lander.

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  8. Te voy a decir una cosa, en el 40 vi pasar muchos cadaveres, tu cara no era mejor que la de otros, pero tu esbelta figura no se resintio en absoluto, el corredor mas elegante del maratón mantuvo el tipo hasta el final.

    Gracias por la cronica, se me ha hecho hasta corta, que bien escribes jodio....

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  9. Lo mismo que dice Carlos. Aunque uno se sustraiga de completar las carreras, algo queda por ahí que nos empuja a leer estas crónicas para un día, a escondidas, preparar el asalto a nuestra propia maratón. O propio. Como cojones se diga.

    pd. no era tan larga....

    cyt

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  10. Los pelos como ecarpias, qué bien escribes jodío.

    Espero que el año que viene te salga como tu quieres, si no me rompo como siempre, gustosamente te acompañaré los 42,195.

    Un Abrazo,
    Canillas

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  11. Muchas gracias Pardi por reflejar tan bien esta emoción que nos tiene secuestrados. Vaya día jodido el Domingo para correr. Mis felicitaciones por saber "templar" en el maratón e ir modificando objetivos con entereza.
    Miguel "equis"

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  12. ¡Qué bien expresas lo que nos pasó a tantos trotadores, sobre todo desde el 35!
    Espero que nos sirvan como un buen entrenamiento para Jadraque. Porque hoy ya pensamos que seguiremos corriendo...

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  13. Me declaro fan incondicional de tu estilo literario, compañero de troterías. Lástima por el día ya que merecías otro resultado. Al menos tuve la satisfacción de correr contigo otra vez durante un buen puñado de kilómetros... y que dure. POrque a pesar de los ingratos momentos leo cosas como: "Y me digo que valió la pena llegar hasta aquí, para compartir con ellas este momento.

    Ah, es cierto; eres el Caballero de la Elegante Figura. ¡Qué porte! ¡Qué gallardía! ¡Qué prestancia! ;-)

    Zero.

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  14. Bonito, Pardi. Gracias por la compañía, espero que compartamos también "el" día.

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  15. ¡Genial Pardi, genial!
    Pero que pluma tienes jodío (de la de escribir, no de la otra)

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  16. Soy afortunado.

    Por poder correr.

    Por poder contarlo.

    Por poder compartirlo con gentes como vosotros. Buenas gentes.

    Gracias y abrazos a todos.

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