jueves, 17 de junio de 2010

Si las montañas hablaran...

Mi nombre no importa. Soy vieja, más vieja que los mismos nombres, tan vieja como el mundo. Vosotros, los hombres, me llamáis de diversas maneras: Las Guarramillas, La Bola del Mundo... Vosotros que pasáis sobre mí, y apenas dejáis unas huellas, que pronto borrará la lluvia o el viento; vuestro paso es tan breve, que apenas llegáis ya os estáis marchando. Ay, hombres, que decís que me amáis, y huís de mi lado. Es tan corto vuestro amor, como largo mi olvido… Pero a veces, unos pocos de vosotros consiguen evitar ese olvido. Os voy a contar su historia.

Fue uno de esos días del final de la primavera, cuando se acerca el día más largo del año, en que los hombres organizan una de sus acostumbradas locuras. Unos cientos de ellos, los más fuertes, los más arrojados, o los más locos, creen que pueden desafiarnos a nosotras, las montañas. A mí, a mis hermanas mayores - la orgullosa Lara y la terca e inflexible Cabezas de Hierro - y a mi primo Valdemartín, que se da muchos aires de grandeza, pero apenas levanta unos pocos metros por encima de mí. Corren, saltan, caminan, se arrastran, jadean, sufren, y creen vencernos. Ilusos soñadores. Pero me caen bien. Miden nuestra grandeza con sus pequeños pies, y por eso nos respetan. Respiran el mismo frío aire que nosotras, soportan el mismo Sol, les castiga el mismo viento, les empapa la misma lluvia. Sus corazones palpitan al ritmo que les marcan las pendientes de nuestras laderas, su voluntad parece hecha de la misma piedra que nos forma, sus sueños son tal altos como nuestras cimas, y para ellos hay algo más valioso que respirar: vivir un instante que les deje sin aliento.

Las criaturas del bosque, los espíritus del viento y de las aguas, los duendes de las montañas, todos estaban alerta. Pronto, un corzo vio a los corredores internarse decididos en el bosque encantado que se extiende en derredor nuestro, y raudo y veloz partió a traer la noticia. Los pinos, tocando suavemente sus ramas con las de sus inmóviles compañeros, fueron pasando la voz: “¡Ahí llegan!” Sudorosos, esforzados, sonrientes. Y aún no habían empezado. Sentí sobre mí las cosquillas de sus cientos de pies golpeando la roca, saltando arroyos, pisando charcos, trepando por mi ladera descarnada. Pronto llegaron los primeros. Rápidos, fuertes, su visión fue tan fugaz como un relámpago. Apenas me fije en ellos, no tuve tiempo. La niebla me envolvía, como tantas otras veces, y los corredores pasaban como fantasmas. Pronto, más pausados, más lentos, pero no menos esforzados, empezaron a llegar los últimos corredores. Como ellos me daban más tiempo a fijar la atención de mis cansados ojos, observé a cuatro de ellos. Se animaban unos a otros, se esperaban, subían por mi ladera resoplando y sonriendo a partes iguales. Me gusta la sonrisa de los hombres, así que me fijé más en ellos. Se llamaban entre ellos Darth, Loco, Zero y Pardi. Sus caras me eran familiares. Llegaron hasta lo alto, a mi misma cima, y pronto se marcharon, bajando por la llamada Loma del Noruego, derechos a encontrarse con la mayor de mis hermanas, Lara. El llamado Loco parecía sufrir más que los otros, como si algo le causara dolor, y se descolgaba del grupo. Pero pronto se juntaban de nuevo, y seguían. Soy curiosa, no puedo evitarlo, así que les seguí con la mirada hasta que se ocultaron a mi vista. Luego, le pedí al viento que me mantuviera informada.

Pronto escuché su susurro en mi oído: “los cuatro han llegado a Cotos, se han encontrado con amigos, se han abrazado, han charlado, han reído, y han seguido adelante, están subiendo por Cítores a Peñalara. Siguen juntos”. Decidí hablar con mi hermana, tuve que subir un poco la voz (está un poco sorda, la edad no perdona), aunque no me oísteis ; los hombres hace tiempo que olvidasteis como escuchar la voz de las montañas. “Lara, Lara, despierta, dormilona” “¿Qué? ¿Quién llama? ¿Eres tú, Guarra?” “Bien sabes que no me gusta que me llames así. Prefiero Bolilla. Hoy no te quejarás, tienes muchas visitas” “Ya lo creo, no hace más que subir y bajar gente. Y eso que hoy no tenía ganas de despertar; enjuagué mis ojos con un poco de viento, tomé un sorbito de lluvia, y me arropé entre las nubes para seguir durmiendo. Pero no hay forma” “Lara, escucha. Entre todos los que hoy te visitan fíjate en cuatro: a la cabeza van dos, uno es fuerte como los robles de Navacerrada, y lleva un curioso pañuelo en la cabeza con dibujos de gatitos; el otro es alto y barbado, silencioso y estirado como un pino de Valsaín. Después van otros dos, uno de ojos soñadores, alegre y saltarín como un arroyo de montaña, y el otro… el otro parece duro como las rocas que pisa, pero hay algo que le martiriza.” “Si, Bolilla, los veo. Los dos primeros ya están aquí. Están escuchando como otro de los corredores, que lleva un curioso sombrero, toca la flauta entre las brumas que me cubren. Sus ojos ríen, y la música nos embriaga a todos. ¡Se oye tan poco por aquí! Ya llegan los otros dos: se juntan, abrazan mi cumbre, se sientan a tomar algo. Pero ya se van. Y escucha, miraban ansiosamente entre la niebla sin ver nada, buscando ver a nuestra hermana Cabezas. Dicen que van hacia allí.”

Locos. Con tanta montaña en sus piernas, y aún pensaban en subir a visitar a mi otra hermana, malhumorada y hosca como pocas, y más en un día como este. Dudaba de que lo consiguieran, y no era la única, un duende escuchó a uno de los corredores escoba que cerraban la carrera decir que se dieran prisa, que iban muy justos. El duende se lo contó a una gota de lluvia, y esta voló en alas del viento para decírmelo al oído. ¡Ay! Tanta niebla no es buena para mis ojos, no veía nada. Por fin, a través de un claro, pude verles otra vez en Cotos. Algo pasaba. En sus rostros, cansancio y preocupación. Uno de ellos, el llamado Loco, estaba sobre una camilla. ¿Sería el fin para él? No, pronto se puso de nuevo en pie. No me equivoqué; duro como una roca. Al rato, se despidieron de sus amigos con emoción y agradecimiento, y se fueron. Ningún obstáculo que se pusiera por delante de ellos parecía capaz de detenerles, pero por detrás… el tiempo, el tiempo que vuelve locos a los hombres era su mayor amenaza.

“Cabeza, Cabecilla, Cabezota. Respóndeme. Soy Bolilla” “¡Qué quieres! ¡No tengo suficiente con todas estas hormigas correteando sobre mí, para que vengas tú a molestarme ahora!” “Cabezota, no seas gruñona. Dame noticias de cuatro corredores. Van al final, empeñados en ir juntos, esperando a uno de ellos que sufre.” “Los veo, Bolilla. Suben por los Tubos. Despacio, jadeantes, sudorosos. Qué distintos de los primeros que pasaron. Pero los ojos les brillan igual, iluminados por la misma llama. Tres de ellos han llegado al collado que hay antes de mi cima. Están rotos, destrozados, bebiendo agua, buscando recuperar unas fuerzas que ya no tienen. ¡Así aprenderéis!” “¿Y el cuarto, Cabezota?” “El cuarto… el cuarto sigue subiendo. Se le ve sufrir, pero sigue adelante. Más se empina mi ladera, más se empeña en superarla. Este es de los míos, cabezón y obstinado. Sus compañeros le jalean, le gritan, le dicen eres el gordo cabrón con más cojones… Ya sabes cómo son los hombres, si algo les emociona recurren a los gritos y las palabrotas. Ya llegó. Respiran, miran el reloj, echan cuentas, y para acá vienen. Aquí están, vaya cuatro. Se van hacia el primo Valde.”

“Valde, Valde, deja de soñar con nieves y ventiscas, que ya llega el verano. Por la cuerda van hacia ti cuatro hombres; dame noticias de ellos” “Bolilla, los veo. Uno alto y otro con un bonito pañuelo en la cabeza van al frente. Están cansados, pero aún fuertes, decididos a seguir adelante. Atrás hay otros dos, uno parece pasarlo muy mal. Creo que se parará en cualquier momento. ¿Se para? No, sigue, el otro le anima. Ya llegan los dos primeros a lo más alto, se paran y miran hacia atrás. El que anima va hacia los dos primeros: hablan, dudan, al final se separan. Los dos fuertes se van hacia ti. El otro se queda con el que sufre.”

Y hasta mí llegaron, tantas horas después de pasar por primera vez, sus rostros cambiados, sus fuerzas menguadas, sus ilusiones intactas. El pino de Valsaín y el roble de Navacerrada bajaron por mi ladera trotando, buscando una meta cada vez más cercana. Les vi pasar por el puerto, y volver a sumergirse en el bosque encantado que les llevaría a Cercedilla. El arroyo de montaña y La Roca llegaron más tarde, más despacio. Al llegar abajo, los agotados músculos del sufriente volvieron a castigarle, una vez más. Pensé que esta vez sería el fin. Los voluntarios les ofrecieron bajar en coche, ya no podrían llegar en tiempo, lo sensato era terminar de sufrir. Pero no. Decidieron seguir. Les vi encaminarse hacia el bosque. Mis gastadas laderas han visto ya tantas cosas, que casi nada conmueve mi corazón de piedra. Pero esta vez, algo se estremeció dentro de mí. Y lloré. Y ya sabéis lo escandalosas que somos las montañas al llorar; pareció que el cielo se desplomaba sobre sus cabezas. Cuando pude enjugar mis lágrimas, apenas pude ver llegar a la meta al primero de ellos, el Pino, agotado, pero sonriente y feliz. Después, el Roble, cansado pero contento y orgulloso. Y después, el Arroyo y la Roca. Tarde. Pero recibidos con aplausos, con cariño, con admiración. Todos ellos se habían convertido en lo que ellos llaman Supervivientes, corredores de montaña; ya nunca podrán mirarnos a lo lejos sin sentir estremecerse todo su cuerpo, soñando con estar aquí.

Pero yo sé que lo que ha pasado es que se han enamorado de nosotras. Por eso sé que volverán.

17 comentarios:

  1. JORGE, sin palabras, carne de gallina me has puesto, desde luego que eres ELEGANTE,
    Un besazo

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  2. Y al final este viejo gordo, rudo y cabrón........lloró.

    Gracias Jorge, gracias por la crónica y por el regalo de vuestra compañía.

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  3. Tienes un don Jorge y es el de hacer que las lágrimas broten de mis ojos.

    Cuidalo y no dejes de utilizarlo

    Darth

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  4. Te felicito por haber sabido expresar en una emotiva historia todo el espíritu del MAM y de los protagonistas.

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  5. Precioso Jorge, eres grande. Lo imprimo y esta noche se lo cuento al Tiki.
    Muchas gracias por compartir las emociones y además con esa elegancia que te caracteriza.
    Un abrazo.

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  6. Anonadada me hallo, muy bonita historia Jorge
    cariños varios Lola

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  7. Gran relato, conmovedro. Felicidades.

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  8. PRECIOSOOOOO........ de otro superviviente de este año....

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  9. IMPRESIONANTE!!
    No tengo palabras, y menos tras leer estas tan bien 'ordenadas'

    (otro superviviente que también vio ese corzo)

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  10. Alucinate cronica Jorge, tambien se me ha escapado alguna lagrimilla, no sé las que habrian caido si ademas hubiera ido con vosotros.

    Gracias

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  11. No dejas de sorprenderme, Jorge. ¡Qué talento el tuyo! Eres casi tan buen cronista como compañero de viaje :) Gracias por regalarnos esta historia magistralmente contada.

    "...ya nunca podrán mirarnos a lo lejos sin sentir estremecerse todo su cuerpo, soñando con estar aquí..."

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  12. Pino, Roble, Arroyo y Roca, os saludo y os respeto, valientes...

    (a ver si ahora me lo acepta)

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  13. Preciosa y emotiva Jorge. Tienes el don de saber llegar al corazón del que te lee. Me ha encantado.

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  14. Muy bueno Jorge....
    Madre mía.. la piel de gallina me dejas...
    A ver si algún día puedo quedar contigo para alguna carrerita......

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  15. Preciosa la manera de pintar sobre papel el sentido de la carrera. Me parecía revivir partes en las que me sentía cómplice y gratamente identificado. Para mí fue mi primer MAM y ya estoy pensando en el siguiente

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  16. Gracias a todos por la visita y las palabras. Se las haré llegar a las montañas ;-)

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